«El sistema de pensiones en España está basado en un pacto solidario entre generaciones». Con esta frase inicia Albert Esteve, director del Centro de Estudio Demográficos de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), un informe sobre el efecto de la generación del baby boom (las personas nacidas entre los años 1960 y 1975) en el equilibrio del sistema de pensiones. Argumenta que esta generación tan plena ha permitido con sus aportaciones retrasar un cuarto de siglo la crisis del sistema de pensiones en España y añade que ahora no sería justo que para cuadrar las cuentas fuera penalizada con prestaciones más bajas.

La novedad del estudio es que «descompone el cambio demográfico en generaciones». Y llega a algunas conclusiones que deberían ayudar a reflexionar a los responsables de la futura reforma del sistema. Por ejemplo, que «desde el año 1960 la demografía ha sido muy positiva para el sistema, con aportaciones de más dinero del que hacía falta, pero con el añadido de que gran parte de estos fondos se gastó para pagar otros servicios».

Quebrar la confianza

En los próximos años, esta generación de tantos cotizantes producirá una entrada masiva de nuevos pensionistas. Para Esteve, es necesario encontrar fórmulas para que este grupo de nuevos jubilados no sea penalizado por ello. «Una cosa es ajustar la edad de jubilación y ampliarla progresivamente porque aumenta la esperanza de vida, y otra es castigar a una generación por su gran tamaño», advierte el investigador. «Si se hace esto, se afectará a la confianza del sistema y esta puede ser su peor crisis porque las nuevas generaciones no encontrarán sentido a cotizar».

De acuerdo con el indicador de sostenibilidad demográfica (ISD) elaborado por el centro, «con el perfil económico del 2012, las cotizaciones en el año 1970 habrían sumado el doble de ingresos de los que el sistema exigía para las pensiones de jubilación». Entre 1970 y el 2000, las cotizaciones ya eran solo un 20% superiores a las pensiones y a partir de ese año la caída del indicador se paró «gracias a la incorporación de las generaciones del baby boom al mercado de trabajo y a la llegada de la inmigración internacional».

El estudio alerta también de que esas condiciones demográficas tan positivas no podrán repetirse. «Ni una poco probable recuperación rápida de la fecundidad ni un saldo migratorio positivo de hasta 250.000 entradas anuales podrían revertir los efectos en el sistema de jubilación de los baby boomers y el crecimiento de la esperanza de vida». Habrá que buscar las soluciones por otras vías y siempre evitando penalizar a unas generaciones y no otras en función de su tamaño porque esto «constituiría claramente una desigualdad intergeneracional».

Los autores del estudio (Daniel Devolver y Amand Blanes, además de Esteve) afirman que hay fórmulas que garantizarían la viabilidad del sistema basado en el reparto. Aumentar las cotizaciones o mejorar la productividad de la economía, entre otras. En el primer caso, ponen un ejemplo: «Pasar de una cotización del 23% al 24% del salario permitiría reducir entre cinco y siete meses la edad de equilibrio a la jubilación y retardaría entre tres y cinco años el momento en el que el sistema entraría en déficit».

Asimismo, Esteve también apuesta por «fórmulas de jubilación activa», que compaginen la prestación con un empleo y recalca que, «con tasas de actividad más altas de los 60 años, el sistema de pensiones tiene cuerda para rato».