La competitividad no atañe solo a las empresas, también corresponde a los países. Lo sabe muy bien Suzanne Rosselet, que fue durante 13 años directora adjunta del World Competitiveness Center en la IMD Business School, en Lausana (Suiza). De los países que se encuentran en la parte más alta de la tabla, se deduce sobre todo que la competitividad no es solo una cuestión de tamaño, aunque este ayuda. «El tamaño es algo que está bien tener porque cuanto mayor es un estado más recursos y capacidades tiene a su disposición, pero hay otros muchos factores», afirma. Y pone como ejemplos a Singapur y Hong Kong, que son países pequeños y siempre están entre los más competitivos junto con EEUU, Canadá o Alemania. En todo caso, se distinguen por lograr valoraciones altas en todas las variables que determinan la competitividad.

Hay, de todas formas, un elemento, el tamaño del mercado, que también pesa. Es el caso de EEUU, que no tiene una especial eficiencia en el sector público, una de las variables que se miden en los rankings, pero por la dimensión de su mercado compañías de todo el mundo quieren acceder al mismo. Eso ofrece una gran ventaja competitiva. Y lo mismo sucede con China, que ya está instalada entre las 20 economías más competitivas desde el 2006.

Lo cierto es que no existe una definición única de competitividad. En la IMD optaron por crear la suya propia basada en ver cómo los países gestionan todas sus competencias para mejorar la prosperidad de toda la población, afirma Rosselet. Se basan en analizar 62 países, frente a los más de 180 del Foro Económico Mundial (WEF), el otro gran referente en la materia. Los 333 criterios que se estudian se integran en cuatro pilares: la evolución económica del país, su crecimiento, su tamaño, su riqueza y este tipo de factores, así como su estabilidad macroeconómica; la eficiencia del gobierno y del sector público, que supone estudiar el impacto de la regulación y la legislación en las empresas; la eficiencia del sector empresarial y, por último, las infraestructuras, tanto las básicas como las carreteras, las de comunicaciones y telecomunicaciones, como la social, como la educación, salud y calidad de vida.

Pero además hay una variable que distingue a unos países de otros: la mentalidad. «Hay muchos análisis que muestran que la mentalidad competitiva anglosajona tiende a cultivar y promover un contexto para empresas más innovadoras y creativas. Lo vemos a diario con las grandes compañías de tecnologías de la información de EEUU. Eso no significa que no haya innovación en Alemania, Francia o Italia, porque sí que la hay, pero no hay tanta innovación que luego se traslade a productos comercializables en el mercado», explica Rosselet.

Transferir conocimiento

Es algo que caracteriza también a Suiza, otro de los clásicos en el top de la competitividad. Es un estado, afirma, donde «se dedican más fondos a investigación y desarrollo (I+D) en el sector privado y hay mucha transferencia de conocimiento de las universidades al sector privado, como en EEUU. Hay muchas incubadoras con laboratorios y start-ups que proceden del mundo académico».

Aunque se tendía a pensar que la competitividad era algo solo del mundo empresarial, para Rosselet queda claro que «los países compiten todo el tiempo». Lo hacen por inversiones y tratan de hacer su entorno y contexto lo más atractivo posible; también por los recursos y por «los cerebros y el talento».

Por lo que respecta a España, ubicada en el puesto 23 del ranking de la IMD, lo destacable, a su juicio es que haya, por parte del Gobierno, capacidad de mantener las reformas y de comunicar a la población que quizá haya efectos nocivos a corto plazo, que, a la larga, traerán beneficios para la mayoría.