Quinto reencuentro japonés con la recesión desde el inicio de la crisis (2008) y segundo desde que Shinzo Abe alcanzó el poder con la supuesta fórmula mágica para animar una economía que acumula dos décadas anémicas. La contracción de su PIB el 0,8% en el tercer trimestre superó las previsiones más pesimistas y plantea dudas razonables sobre las abenomics tres años después de que un mundo en crisis discutiese si eran el santo grial.

La política fiscal expansiva, la relajación de la política monetaria y las reformas estructurales de un patrón caduco son las tres flechas de la teoría económica de Abe. Se pretendía que subieran los precios y los beneficios de las empresas para que estas aumentasen la contratación. Hay logros innegables: el programa ha estimulado la bolsa y las exportaciones tras la devaluación del yen, ahuyentado la deflación y alcanzado casi el pleno empleo. Pero su eficacia para disparar los salarios, inversión y consumo interno es más discutible.

La anterior recesión de marzo del 2014 se explicó como temporal e inevitable: fue provocada por el lógico derrumbe del consumo privado después de que Tokio se viera forzada a subir el IVA del 5% al 8% para enjugar su elefantiásica deuda pública (250% de su PIB). Esta vez el consumo privado y la inversión pública han aumentado respecto al anterior trimestre y al ejercicio pasado. Ha sido la inversión empresarial la que ha hundido la economía, un reflejo fiel de la escasa confianza ante un cuadro global complicado. Las exportaciones a China se han complicado no solo por la triple devaluación estival del yuan sino por el aterrizaje de la segunda economía mundial.

Algunos expertos opinan que ni una política económica agresiva como la de Abe, en contraposición a la microcirugía de sus antecesores, puede sobreponerse a los problemas demográficos. La población envejece y cada año pierde un 1,5% de masa laboral a pesar de los altísimos porcentajes de empleo, lo que explica que cualquier ventisca empuje la economía a la recesión. Los expertos señalan que el potencial de crecimiento a largo plazo ronda el 0,5%, así que un retroceso del PIB del 0,8% solapada con una reducción de japoneses en edad de trabajar del doble es casi una buena noticia.

Elevar el umbral del crecimiento del PIB pasa por aumentar la fuerza laboral o su productividad. Para lo primero, Japón ha conseguido superar a EEUU y Europa en porcentaje de mujeres trabajadoras, aunque muchas con contratos parciales. Y para lo segundo, se espera que el tratado de libre comercio transpacífico aumente la competitividad de algunos sectores. Pero la gravedad del cuadro exige que Tokio se plantee medidas juzgadas como tabú porque atentan contra la identidad nacional como abrirse a la inmigración cualificada.

Abe está estudiando un nuevo paquete de inversiones de 28.000 millones, según la prensa japonesa. Pero muchos expertos opinan que el plan deberían ser más demográfico que económico.