El foro anual de Davos (Suiza), como cada final de enero desde hace 46 años, empieza hoy en una nueva edición de concentración de los más poderosos del planeta. Allí acuden no solo los que mandan sino los que les instruyen sobre cómo hacerlo. Desde hace tres años, los organizadores han conseguido marcar la agenda de los poderosos proponiendo los mensajes que quieren consolidar. Este año toca hablar de la Cuarta revolución industrial y sus efectos. El eslogan alude a la aparición de tecnologías impensables hasta hace poco, sus aplicaciones inmediatas y, sobre todo, el descontrol sobre su dominio.

El símbolo elegido son los drones. Davos se hace llamar, y así lo reproducen los medios, el World Economic Forum (WEF), un foro económico mundial. No deciden, pero acumulan poder y relaciones por encima de las que se atribuye a la ONU. Una vez más, el veterano Klaus Schwab (77 años), un gran componedor internacional desde hace décadas, que ha convertido su capacidad de mediación en una fundación que lleva su nombre, fue el ideador del WEF, y a partir de hoy volverá a reunir lo mejor de las élites mundiales, como cada año.

¿Éxito? Más que discutible, porque los políticos ya se reúnen cuando quieren y donde quieren, sin necesidad de acudir a la Montaña Mágica. Otra cosa es la economía mundial y la capacidad de Davos para mantener el liderato avanzado de que sea ahí donde se decide lo que va a ocurrir los próximos meses y años.

Capacidad de predicción

No obstante, a corto plazo, las conclusiones que cada año emanan del encuentro de Davos apenas aciertan. El récord de sonrojo de pretender ser la sede más sofisticada para hacer previsiones, incluso para imponer su doctrina neoconservadora o neoliberal, como exigen los pusilánimes, se pudo comprobar en enero del 2007. En enero de aquel año, la caravana de predicadores del triunfo del capitalismo financiero se paseó como nunca por las cumbre nevadas organizando fiestas memorables. Era el triunfo de los bancos de inversión y sus jóvenes directivos impregnados de codicia. Las finanzas más sofisticadas dominaban el mundo.

Seis meses después aparecieron las hipotecas a familias insolventes en EEUU (un producto financiero conocido como las subprime) , un fiasco sin precedentes y cuyos efectos arrastraron a toda la economía mundial, y aún perdura.

¿Ocaso de Davos y sus profecías? No. Los organizadores del evento supieron reaccionar enseguida, rectificaron sus programas, cambiaron discretamente a los economistas de cabecera y mantuvieron el mito de Davos/finales de enero.

Largo plazo

Reflexión: nada de pronósticos inmediatos, tendencias a largo plazo. Y ahí sí que acertaron. Hace tres años, en Davos-2013 se proclamó el final de la crisis financiera (y el capitalismo imperante quedaba indemne), se felicitaron de que el BCE salvara a los países más perjudicados de la UE, y anticiparon, erróneamente, que Asia y África tenían futuro. Advirtieron, también, de que la recuperación en ciernes no comportaría la reducción del paro. Esa profecía sí que se ha cumplido, y con creces.

Schwab y sus asesores, no obstante, cambiaron de estrategia a partir del año siguiente. La cumbre de Davos recuperaba el largo plazo, las propuestas sobre el futuro de la economía mundial. En el 2014 apareció un lema que parecía reconocer los estragos de años anteriores. Crecimiento, desigualdad, reequilibrio advertía de lo sucedido y sus efectos: la desigualdad ya está en todas las agendas políticas.

El reequilibrio (programas de choque, lo llaman los menos ambiciosos), solo fue aceptado por una parte de los gobernantes. Parecía, aquel 2014, que Davos reaccionaba... en defensa propia. Al año siguiente se siguió con la tendencia de lemas fáciles de asumir: Geopolítica, multipolaridad, desconfianza. De fondo, apenas difundido, la lucha por los recursos naturales, desde el agua hasta los minerales de nombres estrambóticos (itrio, neodimio, europio, terbio) imprescindibles para fabricar productos de nueva generación.

Este año Davos, no obstante, ha roto la tendencia y ha eliminado cualquier atisbo de preocupación por los desequilibrios sociales. Solo hablan de la Cuarta revolución, pese a saber que subirá la diferencia entre ricos y pobres y que, según un estudio promovido por la organización, se saldará con unos cinco millones menos de empleos hasta final de la década.