Los grandes eventos llegan a las ciudades acompañados de la promesa de grandes beneficios. El último que ha tenido lugar en Barcelona y uno de los que generan más eco mediático es el Mobile World Congress. Una de sus cartas de presentación fueron los 450 millones de euros que la organizadora GSMA estima que ha dejado en las arcas de la ciudad. La cifra sube hasta los 4.400 millones de euros y cerca de 115.000 trabajos a tiempo parcial si contamos desde sus inicios en 2006.

Para muchos es una oportunidad de empleo, aunque con los rasgos de la precariedad del mercado laboral en su conjunto, y que afectan de forma más intensa a jóvenes, mujeres o migrantes. Para otros, sobretodo estudiantes, es una forma de obtener un extra; y para determinadas ocupaciones, una carga de trabajo adicional a la que ya sorportan habitualmente, como los especialistas en mantenimiento o las camareras de piso en los hoteles.

Berta y Sandra, nombres ficticios para preservar su identidad, explican que el Mobile World Congress les sirve para ganar dinero para sus gastos mientras estudian. Estos días han trabajado de azafatas para la empresa Expertus, que es una de las que gestiona los servicios de guardarropía, la información o los controles de acceso. Berta comenzaba la jornada a las siete de la mañana y Sandra a las ocho, ambas hasta las siete y media de la tarde. Una hora antes de entrar ya debían estar listas en la puerta. «Hora que no pagan», especifican. La tarifa era de 7,2 euros por hora trabajada, incluyendo una de parón para comer y dos descansos de media hora.

Las ofertas de empleo de este perfil suelen tener como candidatas a mujeres, con maquillaje obligado y discreto, el pelo recogido, tatuajes tapados y el requisito de un buen dominio de, como mínimo, el inglés. Otras, como las de la Agencia Image, consideran necesario que para desempeñar las labores de azafata se mida como mínimo 1,70 metros.

A Berta, que le asignaron un puesto en las denominadas 'executive rooms', espacios reservados para las empresas más importantes, debía llevar falda y tacones y unas medias «extremadamente finas», explica. A diferencia de Sandra, para la que el uniforme era de camisa y pantalón. Miquel, nombre también ficiticio por los mismos motivos, también ha trabajado estos días en la feria de los móviles, en su caso, en el guardarropa. El salario de este estudiante ha sido un euro por hora más bajo.

MÁS DE 120 HORAS

Bastantes más son las horas que acumula Francisco si añadimos la semana previa al evento. Trabaja para Comsa Servicios como electricista y el 2 de marzo acumuló 122 horas trabajadas desde el 19 de febrero. 13 días casi seguidos, según su cuadrante de horarios, que en su caso respeta el margen de 12 horas entre la de salida y la de entrada al día siguiente. No así los horarios de otros compañeros, que llegan a acumular 188 horas en el mismo periodo. Pocos de los más de 20 trabajadores de mantenimiento de esta empresa, tienen jornadas de menos de 12 horas. Desde la empresa no lo desmienten e insisten en que todo se realiza según el convenio vigente -en el caso de Francisco, 1.658,14 el salario base y las horas extras, que son voluntarias, a 12,77 euros.

Para Vania, todos los grandes acontecimientos, ferias y congresos son sinónimo de más trabajo en menos tiempo y bajo más presión en una actividad ya de por sí precarizada. Es camarera de piso en el hotel de cinco estrellas Hilton de Diagonal Mar desde hace 12 años, aunque quien oficialmente la contrata es la firma multiservicios External Outsourcing Elosa, que no ha querido dar su versión. Se trata de una relación de subcontratación que la priva de condiciones laborales como acogerse al convenio colectivo de hostelería o tener representación sindical. Vania es miembro del colectivo de las Kellys y, junto a dos compañeras más en su misma situación, cuenta la sobrecarga tanto física como psicológica que implican los grandes eventos.

«Hay un continuo movimiento de personas, con lo que siempre hay muchas más habitaciones de salida», relatan. Su ratio obligado en una jornada laboral de ocho horas -«que siempre son más», especifican- es de 30 habitaciones. Por cada una les pagan 1,5 euros.

El procedimiento es una constante en la mayoría de hoteles, tal como explica Miriam, otra de las Kellys que ha pasado en los últimos años por el Hotel Universal, el Banys Orientals o el Room Mate del Paral·lel. Más de una de las que comienzan a trabajar en grandes eventos no llegan al último día por la carga de trabajo. Encadenan varios turnos, la presión para que todo quede perfecto para no comprometer la imagen del hotel e incluso la obligación de aprenderse el nombre de clientes destacados hace mella sobre unas condiciones ya por sí precarias durante todo el año. “No somos una oenegé, la puerta es grande”, es la respuesta que desde el hotel se da a las que se quejan.