Ayer lunes vivimos una jornada histórica en el mercado de deuda pública español con una caída de un punto porcentual de las rentabilidades de los bonos. Cómo decía el célebre economista Keynes "cuando piensas que va a pasar lo inevitable sucede lo imprevisto". Habitualmente, lo imprevisto tiene una connotación negativa, pero la aparición estelar del BCE ayer en los mercados fue como una tormenta en el desierto del Sáhara.

Los tesoros públicos español e italiano estaban asediados desde hacía semanas y ayer llegó la aviación y dispersó a las fuerzas enemigas. Un banco central tiene capacidad de financiación ilimitada por lo que nadie tiene capacidad para hacer frente a un ataque aéreo de nuestra autoridad monetaria. En anteriores ocasiones he criticado al BCE por no haber bombardeado antes. Ayer quedó claro que era la medida que necesitaban los mercados. También quedó claro que la intervención pública en la economía tiene costes colaterales y debe administrarse bajo prescripción médica, pero la ausencia de intervención tiene costes infinitamente mayores.

Tras la intervención del BCE, la rentabilidad de los bonos españoles cayó casi un punto porcentual. Para que el lector lo entienda, la intervención del BCE es equivalente a que el banco revise el tipo que le cobra por su hipoteca del 3% al 2%. Además, el Tesoro español aprovechó la confusión y reabrió la última subasta de bonos a tres y cuatro años de la pasada semana y captó 800 millones adicionales.

No obstante, conviene contener la euforia. Ayer se ganó una batalla, pero no la guerra. Las guerras se ganan con la infantería y la artillería por eso es urgente que los socios europeos aprueben cuanto antes la hoja de ruta para resolver la crisis griega que se acordó en la pasada Cumbre extraordinaria en Bruselas. Grecia fue el origen del caos y el orden no volverá a los mercados europeos hasta que el país heleno retorne a la senda de sostenibilidad de su deuda.

Además, el resto de países debemos seguir cumpliendo nuestros compromisos, especialmente de reducción del déficit. El debate sobre si esa consolidación es perjudicial para el crecimiento es estéril. La realidad es que sin ella nunca conseguiremos recuperar la confianza de los inversores, que son los que arriesgan su dinero para financiarnos. Esto tardará por lo que, mientras, el BCE deberá seguir patrullando desde el aire los mercados e interviniendo cuando crucen el meridiano prohibido. En el caso del bono español a 10 años el techo no debe superar el 5,5%.

No hay que olvidar lo que sucede en EEUU. Le quitan la AAA y los inversores deciden comprar sus bonos y refugiarse en el dólar para protegerse aún no está de quién. Por eso, el desplome de las bolsas de ayer solo se puede explicar por el miedo a una recesión, aunque el dato de empleo conocido el viernes en EEUU no justifica estos temores.