Creednos... hemos sido buenos chicos, y hemos seguido el supuesto manual de emprendedores sociales, al pie de la letra. Escuchamos su llamada, y acudimos: ¿Tienes un proyecto para cambiar el mundo? ¡Venid a nuestros semilleros! Sí, es muy bueno... ¡Contadlo! Mejoradlo y pivotad; dejad que nuestros expertos os acompañen y aconsejen; dejad que os lo evalúen y verifiquen su viabilidad; presentadlo a un concurso: convenced y ganad; vais bien, pero... ¿Tenéis verdadera fe? ¡Demostradlo y endeudaros para dos generaciones! Sí, es duro, pero necesario.

Ahora contadlo en las redes sociales; pero... ¡Contadlo en también en Madrid! ¡Y en Boston, que alucinen con vosotros! Y ahora sería cuestión de ganar otro gran concurso, este de una universidad europea! Genial: ¡Id a la tele!; Ahora haced el piloto. ¡Ñaummm! Estupendo, esto funciona. Y ahora desarrollad una app, no, mejor dos que nunca se sabe. Y participad en ese congreso con otra gente con la misma cara de pardillo que vosotros; y contadlo en la radio; y conseguid un partner grande que le dé marca ¿Ya lo tenéis? Maravilloso. Ahora... ¡Conseguid inversores!; Ya los tenéis?, mmmm, insuficiente, pero válido; ahora llega el momento de ponerlo en marcha y demostrar que es real. Y facturad para que se vea que vais en serio; Bieeeen, y consigue unos miles de clientes para demostrar tracción; y haced más ruido en redes sociales; y conseguid otro partner, y unas decenas más de comercios y...

Pero, a ver. ¿Qué leches hace falta para que una herramienta de innovación social sea contemplada como tal por una administración? ¡Cómo si tuviéramos pocas barreras con las que nos han impuesto desde que nacimos los bancos y las grandes superficies!

LLEGA UN momento, que un proyecto importante,socialmente disruptivo, no puede extenderse sin apoyo institucional, hablamos de revitalizar de manera inteligente el sistema de pensiones, dinamizando pequeños comercios y favoreciendo el microahorro, y así lo vendimos desde el primer momento. Y la administración debería reconocer qué proyectos necesitan un golpecito en el hombro, cuales una subvención y en cuales hay que mojarse con decisiones y no dejarlos al capricho de las fundaciones bancarias. Y mucho más, cuando provocan beneficio social según certifican sus propios técnicos expertos (los de la administración e incluso los de los bancos). ¿Es ineptitud, desconocimiento o negligencia? Resulta fácil llenarse la boca hablando de innovación social, pero promover las políticas consecuentes ya es otra historia.