La cumbre Merkel-Sarkozy ha terminado con dos propuestas que preparan el terreno para que Alemania pueda aceptar en el futuro correr con parte del ajuste de los países del sur: la creación de un germen de Gobierno europeo de la eurozona y la restricción constitucional en los países del área de limitar el déficit público. La tercera decisión, una tasa sobre las transacciones financieras, refleja la necesidad de mostrar que todos contribuyen a los ajustes en curso. Por lo tanto, más pasos en la línea de lo acordado el 21 de julio, y en especial, en la reforma del pacto por la estabilidad. Pero nada de eurobonos. Nada de la ampliación del Fondo de Estabilidad. Nada de retirar al sector privado de su contribución al rescate de Grecia. En suma, nada de lo que los mercados están demandando desde que Berlusconi coqueteó con la idea de que Italia no necesitaba ningún ajuste.

A la luz de estos resultados, puede esperarse que la prensa, europea y anglosajona, vuelva a insistir en la tesis de falta de liderazgo, o incapacidad política franco-alemana, como razón de ese aparente fracaso o de sus magros resultados. Y es cierto que aquellos que se dedican al análisis político están hartos, estas últimas semanas, de la importancia de los mercados y de lo que, según ellos, emerge como predominio de la economía. Y reclaman, para salir de la crisis, la vuelta de la política. Es decir, el regreso de líderes fuertes, que sepan adónde hay que ir y que dirijan el futuro europeo.

Lastimosamente, todo esto no es más que pensamiento mágico. Ni ha habido fracaso, ni el problema al que nos enfrentamos los europeos es de falta de liderazgo, ni lo es, tampoco, de ausencia de capacidad o de visión políticas. Lo que hace difícil encontrar una salida satisfactoria e inmediata a la crisis del euro son las distintas posiciones, los diferentes intereses que se enfrentan en el conjunto de propuestas de solución. Cierto que los eurobonos servirían para calmar los mercados. Al igual que también valdría la ampliación substancial del fondo de estabilidad. O que el Banco Central Europeo comprara masivamente deuda de los países con problemas. ¿Por qué no se instrumentan estas soluciones? Simplemente, porque implican potencialmente transferir masivamente recursos desde Alemania, Holanda, Austria o Finlandia hacia países del sur, como Grecia por ejemplo. Es decir, regalar dinero de los contribuyentes alemanes a los griegos, los italianos o los españoles.

No apretemos tanto

Las decisiones del 21 de julio pasado son un primer paso en el proceso de socialización de las pérdidas provocadas por un sur rumboso, que ha gastado lo que no tenía. Alemania ya cedió para conseguir el consenso, aceptando que el fondo compre deuda, preste a países con problemas o, incluso, salve a bancos en dificultades. Pero no apretemos tanto. Alemania no seguirá. Al menos durante los próximos meses. Más tarde, si hacemos los deberes que nos manda, probablemente sí. Al tiempo.