Incertidumbre es la palabra. Temidas por los inversores y los mercados, que prefieren la estabilidad regulatoria y de los gobiernos, las dudas generan desconcierto e inacción, así como volatilidad y movimientos histéricos o exagerados y poco relacionados con la evolución real de las empresas en las bolsas. El dinero es, por naturaleza, temeroso. Y no es solo una cuestión de incertidumbre política en España si no a escala global. En un mundo interconectado, lo que sucede en un lugar afecta al resto.

En especial, cuando las dudas se ciernen sobre un conjunto de países, las economías emergentes y en vías de desarrollo, que suponen alrededor del 60% del PIB mundial, según recordó la directora general del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, durante una conferencia en la Universidad de Maryland (EEUU). Ese peso es cerca del doble del que era hace una década. De ahí la trascendencia de lo que les suceda. Por lo pronto, el año pasado ya experimentaron salidas netas de capital por 531.000 millones de dólares, frente a unas entradas de 48.000 millones en el 2014.

Y entre ese grupo destaca China, la segunda economía mundial en tamaño, inmersa en un proceso con el que pretende pasar de potencia exportadora a país de servicios con el consumo y la inversión como locomotoras. Y dentro de ese club formado por entre 30 y 50 países figuran varias economías exportadoras y dependientes del petróleo.

Como consecuencia del desplome del barril de crudo, muchas de ellas se encuentran inmersas en crisis profundas, como es del caso de Nigeria, Rusia o Brasil. En el mismo bloque conviven también países con unos fundamentos más sólidos, como es el caso de la India o México.

De locomotora a freno

En cualquier caso, que una parte importante de la economía mundial esté al borde de la crisis supone un gran riesgo para todo el mundo. En el 2008, tras el estallido de la crisis financiera global, las economías emergentes y en vías de desarrollo aportaron más del 80% del crecimiento global. Fueron, de hecho, la locomotora que evitó que la debacle fuera peor de lo que fue. Y ahora podrían ejercer el papel contrario.

No es solo el FMI el que teme por la recuperación. Uno de los primeros en lanzar la advertencia fue el presidente del BCE, Mario Draghi, que alertó de la ralentización del crecimiento en Europa por la desaceleración de las economías emergentes. Y lo que son malas noticias para unos, como la caída del precio del crudo, son positivas para otros, como los países europeos, obligados a importar una materia prima esencial. Pero tampoco estos se libran de los efectos negativos, provocados por la desaceleración de las economías emergentes y la consiguiente volatilidad de los mercados por su impacto en las cuentas de las petroleras y la banca expuesta a su deuda.

Y además de esas variables y la del petróleo, otras amenazas geopolíticas y ambientales amenazan a la economía global, como la crisis de los refugiados sirios, que afecta de forma directa a países vecinos como Turquía, Líbano o Jordania, pero también a Europa, incapaz de hacer frente al reto.

O el impacto del cambio climático, con efectos en los precios de los alimentos y la estabilidad política y la salud de miles de personas especialmente en el África subsahariana y el sudeste asiático. Así, no es extraño que haya quienes alerten de que se está incubando otra crisis.