Otro verano negro -y ya van cuatro- para los fruticultores aragoneses. Desde que en agosto del 2014 entró en vigor el veto ruso a las importaciones de varios alimentos procedentes de la UE, los precios de la fruta de hueso se han desplomado casi todos los veranos como consecuencia del exceso de oferta. La prohibición ha dejado en una situación muy delicada a miles de agricultores aragoneses, que con unos precios tan bajos no pueden hacer frente ni a sus costes de producción.

La crisis está afectando sobre todo a Aragón y Cataluña, las regiones que más melocotones, nectarinas y paraguayos producen. Se estima que en la comunidad hay unos 15.000 empleos directos ligados a este sector, 5.000 de ellos solo en el Bajo Cinca. Por ello, las organizaciones agrarias llevan días alertando de que si no se toman medidas pronto la ruina de miles de explotaciones está asegurada.

De hecho, muchas voces del sector aseguran que la campaña «ya está perdida». «Recuperar los precios a estas alturas va a ser muy complicado», reconoció el responsable de UAGA en el Bajo Cinca, Manuel Rausa. Con todo, los sindicatos no están dispuestos a tirar la toalla y ya han convocado movilizaciones. La primera será el lunes, con una tractorada en Fraga, pero no se descarta intensificar las protestas. «Si no se toman medidas esto va a ser un suma y sigue», advirtió el secretario general de Asaja Aragón, Ángel Samper, que ayer se reunió en el Ministerio de Agricultura con Fernando Miranda, director general de Producciones y Mercados Agrarios.

Si el jueves Miranda ya trasladó a representantes de UAGA la posibilidad de abrir un nuevo cupo de retirada para sacar del mercado en los próximos días unas 7.000 toneladas de fruta y paliar así la crisis de precios, ayer fue un poco más allá y lo amplió a 10.000, una cantidad que, sin embargo, las organizaciones siguen calificando de «insuficiente». Hay que recordar que en los últimos días han reclamado la retirada de 40.000 toneladas.

Actualmente, se estima que en los almacenes hay más de 20 millones de kilos de fruta dulce procedente de Aragón y Cataluña. «Ya nos han dicho que no van a recoger más porque no hay sitio en las cámaras», lamentó José Antonio Rami, que tiene más de 10 hectáreas de melocotón y nectarina en Castillonroy (La Litera).

LOS EFECTOS DEL VETO RUSO

«Retirar esos 20 millones de kilos sería la forma más rápida de salvar la campaña», según indicó Alfredo Sanjuán. Este fruticultor de Ballobar reclama que, como ha ocurrido otros años, la retirada se destine a la beneficencia y a la transformación en zumo. «Mediante esta vía la UE nos pagaba unos 26 céntimos el kilo, un precio aceptable teniendo en cuenta que nuestro coste de producción es de 30-35 céntimos», explicó.

Sanjuán, que emplea a ocho temporeros, ya ha notado la caída de precios: «Yo en junio vendí a 30 céntimos, diez menos que en 2016, pero ahora estimamos que no nos van a pagar más de 15 céntimos por kilo».

La buena cosecha que se ha registrado este año (un 20% más que en el 2016) aún ha agravado más el problema, una sobreproducción que no se daría si Rusia abriera sus fronteras. No en vano, se estima que un 30% de la fruta de hueso de Aragón iba a parar a ese mercado antes del veto. Aunque de forma indirecta (a través de Bielorrusia) se ha seguido enviando producto, las cifras son mínimas comparadas con las de hace unos años. «El problema, además, es que es imposible que otros países puedan digerir un mercado con 150 millones de habitantes; se ha intentado con China y los países árabes pero no ha cuajado», lamentó Vicente López (UAGA), que denunció que la UE debe solucionar «un problema político que los agricultores no han creado».

Más allá de la plantación de nuevas hectáreas de fruta de hueso (1.300 el año pasado), lo que ha elevado aún más la oferta en Aragón, el comportamiento de las grandes superficies también está detrás de la crisis. Según los sindicatos, muchas se están aprovechando y exigen precios muy bajos que los agricultores acaban por aceptar.

Lo que parece claro es que si esta crisis estructural continúa en los próximos años, muy pocos jóvenes apostarán por la agricultura, poniendo en peligro el futuro de los pueblos. «Mi hijo y mi sobrino trabajan conmigo, pero si esto sigue así tendrán que cambiar de sector», lamentó Sanjuán.