Los alemanes son malos, muy malos». Así de contundente se mostró Donald Trump durante su visita hace unas semanas a Bruselas al hablar de las poderosas exportaciones alemanas que han llevado a que en la Quinta Avenida de Nueva York «todo el mundo tenga un Mercedes- Benz». El presidente estadounidense esgrimió la amenaza que supone la fuerza comercial de Alemania para defender la vuelta al proteccionismo, insinuando incluso que se podrían introducir aranceles del 35% para vehículos extranjeros.

Más allá de las formas, esa crítica de fondo al superávit alemán no es exclusiva de Trump. Emmanuel Macron en Francia y antes Mateo Renzi en Italia son solo algunos de los líderes que han cargado contra la «inaceptable» desigual competitividad que la economía alemana representa para sus socios comerciales. Pero ¿por qué hay ese fuerte recelo contra el superávit alemán?

Las normas europeas establecen que para no desequilibrar la economía de la eurozona los países miembros no pueden tener un superávit que supere el 6% de su PIB. Con un beneficio en su balanza comercial de 256.526,5 millones de euros en el 2016, el mayor registrado en los últimos 25 años, Alemania excede ese límite y sitúa su superávit por encima de la norma con un 8,19%, algo que viene haciendo reiteradamente desde el 2012.

Calidad de los bienes

Los alemanes no solo no han sido multados por ello, sino que son la principal voz que pide sanciones para los países del sur que no cumplen con el límite de la deuda. Esa situación ha indignado a gran parte de sus socios, doblemente perjudicados por esa situación. «Es una violación de las normas que daña a toda Europa y la debilita para el único beneficio de nuestros amigos alemanes», alertó Renzi el pasado febrero.

Alemania exporta sus productos al exterior en mayor medida de lo que compra a sus socios. Berlín saca pecho y afirma que ello se debe a la «gran calidad» de sus bienes, pero para los otros países de la UE eso se traduce en un déficit comercial para sus arcas, que no pueden competir con el gigante alemán. No son pocos los que apuntan que Alemania «explota» egoístamente su hegemonía dentro del euro y critican que se hayan destinado los beneficios de sus exportaciones a prestar créditos con intereses a las tambaleantes economías de los endeudados países del sur.

A las quejas de sus socios se suma la alarma arrojada desde hace tiempo por el Fondo Monetario Internacional (FMI), la OCDE y el Banco Central Europeo, a quien Berlín acusa de todos los males de la eurozona.

La situación no es nueva para Alemania, que registra superávit y colecciona críticas desde hace tres años. Pese a que la Comisión Europea ha exhortado a Berlín a que corrija esa desigualdad, Alemania, comandada por el ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, ha mantenido su apuesta dogmática por la austeridad fiscal y la reducción del déficit. Eso también ha causado preocupación dentro de sus fronteras, con la creciente presión de sus socios de gobierno socialdemócratas y su nuevo líder Martin Schulz para que se invierta más en el gasto doméstico y se suban los hasta hace poco congelados salarios alemanes que contribuyeron a ese superávit.

Limitar el ahorro

Durante años, la élite banquera y empresarial alemana se ha opuesto a esas peticiones de reducción del superávit. La reciente llegada de Macron al Elíseo y la fragilidad de la UE tras el adiós británico pueden forzar a Alemania a adoptar una posición menos rígida. Aun así, de poco ha servido que Schäuble reconociese por primera vez que el superávit alemán es «demasiado alto» y asegurase que en el próximo año se reducirá hasta el 7% del PIB. Todo lo que suene a limitar el ahorro alemán es un anatema en Berlín.

Sumado a las políticas ortodoxas dictadas por Berlín durante la crisis de la deuda que golpeó fuertemente a las sociedades del sur, la exhibición de un superávit que debilita a sus socios comerciales ha acentuado un profundo malestar en la UE y ha escenificado que el europeísmo merkeliano lleva a una fractura interna del propio proyecto comunitario. En el 2015, el expresidente de la Reserva Federal estadounidense Ben Bernanke ya lo vio claro: «El superávit alemán es un problema».