Resulta imposible imaginar una Europa sin Francia o Alemania. Los vecinos incómodos condenados a entenderse a pesar de haber pasado la primera mitad del siglo XX derramando la sangre de sus pueblos son, desde hace tiempo, el tándem estabilizador del continente, motores europeos que se han beneficiado como nadie de la Unión y a los que toca dar la cara cuando las cosas se atascan. Esas caras son ahora la de Angela Merkel y Nicolas Sarkozy, la curioa pareja de neoconservadores cuya supuesta amistad viene de antes de que alguno de los dos se convirtiera en jefe de Gobierno de su país, dando mucho que hablar, y no sólo desde un punto de vista político o económico: el rumor sobre la incomodidad de la canciller alemana ante los gestos físicos de cariño de Sarkozy corrió como la pólvora.

La curiosidad que suscita la relación entre ambos no es nada nuevo. La historia de la amistad francoalemana es, en realidad, la historia de la amistad de sus líderes. No es casualidad que en la escultura que recuerda en Berlín el comienzo de las buenas relaciones entre ambos países aparezcan Charles de Gaulle y Konrad Adenauer cogidos de ambas manos. Su amistad habría allanado el camino para la firma del Tratado Francoalemán de Amistad --Tratado del Elíseo-- que el 22 de enero de 1963 marcó el inicio de las nuevas relaciones entre los países.

Se entendieron todo lo bien que pudieron el fotogénico Willy Brandt y Georges Pompidou, a pesar de las diferencias sobre las relaciones con Estados Unidos, y cuando en 1974 Helmut Schmidt ocupó la cancillería alemana y Valery Giscard el Elíseo se volvió a hablar de complicidad entre los líderes. Pero para amistades y gestos hay que viajar a los años 80. Francois Mitterrand y Helmut Kohl darían un impulso decisivo al proyecto de la Europa como la conocemos hoy. Se dice que el alemán no pudo contener las lágrimas en el entierro de Mitterrand. Su amistad, dentro de los límites que permite la política, había sido intensa. De la mezcla de ambas cosas, amistad y política, surgió también uno de los gestos más famosos de la historia franco-alemana del siglo XX. Fue en 1984, en el recuerdo de los soldados caídos en la batalla de Verdun, una de las más sangrientas de la I Guerra Mundial. En silencio y frente a dos coronas de flores que recordaban a los fallecidos, Mitterrand tomó de la mano a Kohl que aceptó el gesto y así permanecieron largo tiempo.

La lista de amistades franco-alemanas señaladas desde la formación de la República Federal Alemana y el comienzo de la Quinta República francesa la completaron a finales del siglo XX Gerhard Schröder y Jacques Chirac. Ellos acabaron al fin con la diferencia por las posturas pro o contra EEUU. Unidos por el rechazo a la guerra de Irak y el acercamiento a Rusia, desarrollaron una amistad que se tradujo en gestos políticos, como la asistencia de Schröder a los actos franceses por el 60 aniversario del desembarco de Normandía o la resistencia de Chirac a apoyar la candidatura de Merkel como canciller.

La primera visita de Chirac a Merkel dejó otra foto para la historia cuando el presidente francés besó la mano de la canciller. La efusividad de Sarkozy contrasta tanto que no deja ni fotos para el recuerdo. Si detrás hay incomodidad, si la amistad entre ambos es tan sólida como la de sus predecesores y si alguna vez ambos serán merecedores de una escultura son incógnitas que, al menos de momento, quedarán sin resolver.