Figueruelas debe ser como Vigo o, al menos, parecerse si quiere brillar dentro del grupo PSA, al que pertenece Opel desde hace medio año. Es la consigna que de manera machacona viene repitiendo la dirección de la empresa desde el inicio de la negociación de nuevo convenio de la planta aragonesa. La compañía pone como ejemplo a la factoría gallega por los buenos resultados que le han dado las recetas de Carlos Taveres, el todopoderoso consejero delegado del grupo automovilístico francés, que ha sacado a este factoría de la zona de peligro y ha dado la vuelta a los número rojos de la multinacional. Pero esa fórmula tiene sus peajes en forma de recortes laborales, a los que están acostumbrados (y resignados) los trabajadores de la planta viguesa. Allí la empresa ha podido además meter la tijera sin muchas dificultades gracias a la amplísima mayoría sindical de una organización tildada de «amarilla» por el resto de centrales.

Vigo y Figueruelas son de un tamaño similar -ambas rondan los 5.400 empleados-, pero las condiciones laborales y salariales de la primera son muy inferiores a los de la segunda. La planta gallega funciona con una elevada temporalidad de contratos, no aplica el de relevo, la flexibilidad es mayor y cuenta con la mitad de pausas, entre otros puntos. Ambas plantas tienen un bagaje industrial y una estructura sindical muy diferentes, lo que hace que la compañia no se planteé una homologación a rajatabla. Pero Balaídos (el polígono donde se ubica) es un espejo al que la factoría zaragozana va a tener que mirarse a partir de ahora para mantener su estatus productivo.

El vía crucis por el que ahora pasada el complejo de la Ribera Alta de Ebro ya lo vivió hace tres años la planta hermana del nordeste español. Allí, estuvo en juego la fabricación de las furgonetas (proyecto K9), su corazón productiva -al igual que el Corsa en Zaragoza-, que la compañía gala barajó llevarse a Eslovaquía. Al final se amarró la producción con un acuerdo de competitividad que solo firmó el sindicato independiente STI-FSI (representa el 60% del comité). Ese pacto se tradujo en congelación salarial, la reducción o eliminación de pluses y la introducción de una nueva escala salarial mileurista para las nuevas contrataciones, que parten de 16.000 euros brutos al año, por debajo del convenio de metal de Pontevedra y de los promedios del sector del automóvil.

Descontento laboral

La carrera por la competitividad de PSA pasa por rebajas salariales a cambio de mantener el empleo. Así, como premio a sus sacrificios, Vigo trabaja hoy casi a plena capacidad y está inmersa en el lanzamiento de varios vehículos, lo que le ha llevado a introducir un cuarto turno los fines de semana. La plantilla ha vuelto a crecer en número, después de muchos años a la baja. A pesar de ese dinamismo, el descontento entre los trabajadores es generalizado, según varios sindicalistas y empleados consultados por este diario. «La plantilla no está implicada. Existe desmotivación y sensación de fraude porque el grupo salió de la crisis pero esa recuperación no ha llegado a los salarios», lamentan fuentes de CCOO.

La prueba de ese desinterés es que, según cálculos sindicales, tres de cada diez eventuales que entraron en la planta gallega el pasado año dejaron su puesto a la semana. «Trabajar a un ritmo de cadena de montaje es duro y más por un sueldo que no merece la pena», señalan. «Los jóvenes que entran no tiene perspectivas ni planes para hacerlos indefinidos. Hay desánimo», reiteran desde UGT.

Desde el comité de PSA en Vigo desean el «mejor final» para el conflicto abierto en Figueruelas, pero recomiendan a sus compañeros «salvar los muebles» y «llegar a un acuerdo como sea». «Tavares es un killer. No moverá un dedo si se enroca la situación o hay movilizaciones; más bien la contrario», aseguran.