Todas las ciudades europeas quieren ser capital de algo: de la cultura, del turismo de calidad, de la tecnología... Estos y otros retos encomiables deben marcar el camino de cualquier ciudad. El problema es que son ligas en las que competimos con muchos otros territorios. Mi propuesta es jugar la liga de la abundancia --donde todos ganan cooperando-- y convertir Zaragoza en una zona de pruebas de la economía colaborativa.

El mundo ha vivido casi siempre bajo una lógica de economía de la escasez. Y simplificando mucho, la política económica ha consistido en la gestión de esa escasez --dice Eduardo Madina que el gran problema de la izquierda europea es haberse conformado con redistribuir un excedente cada vez más pequeño--. Sin embargo, algunos cambios tecnológicos y culturales recientes nos invitan a pensar de forma diferente, a preguntarnos cómo se puede empezar a gestionar la abundancia. Nuestras ciudades tienen un potencial espectacular: miles de coches aparcados, miles de casas vacías, millones de libros en los trasteros, miles de metros cuadrados de centros públicos sin usar-

Seúl lo está haciendo ya. La ciudad más importante de Corea del Sur se ha convertido por derecho propio en la capital mundial de la economía colaborativa, y donde antes había problemas de escasez, por la escala y la densidad propias de una megápolis de 10 millones de habitantes, ahora se abre un campo de oportunidades. ¿El secreto? Han empezado a gestionar la abundancia.

El gobierno local ha lanzado un plan basado en tres pilares: normas favorables, apoyo a empresas colaborativas y promoción de la participación ciudadana. Esta agenda está creando el caldo de cultivo para que triunfen iniciativas como e-Poomasi, una plataforma de trueque; las Tool Library, bancos de préstamo de herramientas por distritos; Public Buildings, para eventos en centros públicos; Socar y GreenCar, de coches compartidos; Zipbob, una plataforma de trueque de comida preparada; OpenCloset, de préstamo de trajes; BNBHero, un sistema de alojamiento, incluso para que jóvenes compartan piso con personas mayores; o Wisdome, una plataforma de conocimiento.

¿Es posible convertir Zaragoza en una capital de la economía colaborativa y comenzar a gestionar la abundancia? ¿Se pueden superar las reticencias corporativas y garantizar la seguridad jurídica? ¿Esto genera economía real o la destruye?... Imaginen que una comunidad de 500 vecinos empieza a compartir un taladro (su uso medio son 12 minutos en toda la vida). Es verdad que las grandes superficies de bricolaje se resentirán, pero cabe suponer que todos esos vecinos habrán liberado unos 100 euros (el valor del taladro) para ahorrar o consumir en otros bienes y servicios que sí son realmente escasos, como ver una obra de teatro, comerse un tomate rosa o salir antes del trabajo para estar con su familia. ¿Probamos?