Se apagaron las luces de la segunda campaña electoral para unas generales en seis meses. Y sin garantías de que no vaya a haber una tercera. Las incertidumbres sobre futuros y obligados pactos no se han despejado ni se vislumbra en el horizonte un ambiente plácido para buscarlos. Ni a la diestra ni a la siniestra del tablero. Han existido guiños desdeñados, reproches de pasado y amenazas para el futuro. Poco más en el sensible terreno de las alianzas políticas. En otros ámbitos sí se ha detectado novedad respecto al 20-D: esta vez ha habido un debate a cuatro; se ha repetido hasta la saciedad las palabras «experiencia» y «populismo» desde las filas populares y se han exhibido sonrisas de las auténticas y de las electorales. La prensa ha repescado el vocablo italiano sorpasso a la hora de analizar la pugna en la izquierda y se ha dado vida a otros nuevos como Fernándezgate -para aludir a las polémicas conversaciones grabadas del ministro de Interior- o ‘brexit’, el modo de resumir la salida británica de la UE.

No ha habido candidato -siquiera Mariano Rajoy ha sido excepción esta vez- que no se haya dejado entrevistar por un grupo de niños o por las hormigas de trapo Trancas y Barrancas. Se han creado y difundido masivamente polémicas más que objetables a raíz de una mano (la de Pedro Sánchez) que se limpiaba tras saludar a una familia negra. Se ha caído en la polarización a ratos entre PP y Podemos y se ha debatido sobre lo que significa ser socialdemócrata. Se ha asomado de nuevo a los escenarios Julio Anguita y se ha podido ver a varias generaciones socialistas conjurándose para conservar la medalla de plata electoral. Se la juegan.

Han sido 15 días de supuesta austeridad en los gastos de los partidos. Cierto es que las calles han lucido poco cartel y banderola, tan cierto como que los balances contables que se presenten a medio plazo nos dirán cuánto hay de real en el ahorro comprometido. Se han puesto de moda los vídeos y el lanzamiento masivo de mensajes a través de las redes sociales. Y también el selectivo, puesto que hacerse se han hecho minicampañas por provincias en las redes en busca de indecisos y de esos restos de voto por circunscripciones que serán de oro en la noche del 26-J, dado que podrían inflar unas candidaturas y dejar otras en los huesos. O sea, decidir.

Impuestos indirectos

Se ha hablado de economía, del ajuste y de la supuesta multa que Europa tiene preparada como regalo para la próxima legislatura a quienquiera que sea el próximo presidente de España. Ha quedado claro que con independencia del nombre que tenga el inquilino de la Moncloa en los próximos meses, este negociará con una UE deprimida (el ‘adiós británico’ ha provocado un ‘shock’ de incalculables consecuencias presentes y futuras) para relajar hasta el límite de lo posible los tiempos para cumplir con el déficit.

Lo que no es tan cristalino es qué políticas concretas se aplicarán desde el nuevo Gobierno para ajustar los números: el PP ha prometido bajar impuestos y PSOE y Unidos Podemos subirlos a los que más tienen. Ciudadanos tiene en su credo la rebaja fiscal, pero matiza que para ser realistas no puede garantizarse hasta dentro de dos años. Es igual. No parece que nadie vaya a poder decidir en solitario lleve lo que lleve en su programa electoral. Mandarán los pactos, si esta vez los hubiera y, por tanto, el cruce híbrido de propuestas electorales.

Arrancadas quedan 15 páginas de calendario. Toca echar el cierre a la campaña y dejar que los indecisos, un 30% del electorado, tome una decisión. Es probable que les hubiera sido de utilidad tener claro cómo irán lospactos. H