Unos comicios autonómicos y municipales simultáneos representan el demonio del analista. Todo está en los detalles. Generan tantas variables que siempre aparece algún dato para salvar cualquier resultado. Las veladas electorales incitan a la exuberancia de enrevesadas comparaciones matemáticas. Los comentaristas enloquecen manejando porcentajes de dudoso significado. No permitan que les despiste la estadística. En política no es tan complicado saber quién ha ganado. Existe otra manera más clara para averiguarlo: comparar los resultados con los objetivos que se han ido marcando los candidatos.

Votantes y aspirantes sabemos que hemos asistido a una campaña propia de la primera vuelta de unas generales. La noche de 24-M no vale echarse atrás si sale mal y la cosecha se aleja de lo esperado. Sepa que quién se defienda argumentado la inconveniencia de proyectar sus resultados a las generales lo hace porque ha perdido.

Moncloa. Primer asalto

Rajoy pretende ser el más votado. Pero para ganar no le basta con acabar el primero. Necesita obtener una ventaja sustancial sobre unos perseguidores que le vendría muy bien quedasen lo más igualados posible. Habrá perdido si, en el total de votos, alguno de sus rivales se queda cerca del margen de error del punto de ventaja sobre el PSOE que le daba el CIS de abril (+-2). Imponerse con claridad pero perder el gobierno en Madrid y Valencia supondría un resultado aceptable para un Rajoy que no vería amenazado su liderazgo, pero también un desastre para un Partido Popular donde se practicaría con fruición el juego de la silla.

Pedro Sánchez necesita al menos entrar el segundo. Pero no le vale cualquier plata. Su dilema es idéntico al de Rajoy aunque respecto a Podemos y Ciudadanos. Precisa acercarse al PP y distanciar con claridad a los demás, para evitarse competencia en las primarias socialistas y mantener a Susana Díaz bloqueada en Andalucía hasta que los barones se aburran de telefonearla. La barrera de los tres puntos respecto al PP vuelve a marcar la diferencia entre ganar o perder.

Pablo Iglesias precisa convertirse en el líder de la oposición para alimentar sus expectativas. Todo cuanto no fuera adelantar al PSOE en municipales suponía una derrota. Por eso evitó concurrir con su marca. Pero no podrá eludir la comparación en autonómicas. Si Podemos no se convierte en segunda fuerza en Madrid y comunidades como Aragón obtendrá un mal resultado. Si Ciudadanos se le acerca demasiado será una catástrofe.

Albert Rivera ha declarado que no quiere ser muleta sino "coger el timón". No le bastaría con entrar en capitales y asambleas autonómicas. Para triunfar precisa resultar decisivo en la conformación de los futuros gobiernos. En Cataluña si no consigue situarse como la primera fuerza de la oposición supondría un pésimo resultado para Ciudadanos.

Cazar al bipartidismo

Se dice que estamos ante las elecciones de la "nueva política" y los nuevos votantes. En una campaña de una banalidad inagotable se ha hablado menos del dilema izquierda o derecha y más de lo viejo o lo nuevo. Los emergentes necesitan pulverizar los techos alcanzados en su día por IU y UPD para tener a tiro al denostado bipartidismo. No les sirve cualquier bajada de populares y socialistas.

El Partido Popular obtuvo una ganancia tan apabullante en el 2011 como insostenible en el 2015. Al votante le inquietan los mapas monocolor, aunque sea azul. Prefiere el equilibrio y la policromía. Por pura biología política los socialistas pueden recuperar Castilla-La Mancha o Extremadura. Si en el cómputo global el bipartidismo se mantiene por encima del 50% de voto, habrá salvado el día y aumentarán las posibilidades de unas generales a dos bandas a la vieja usanza. Si pierde esa barrera iremos a unos comicios a cuatro.

Barones contra generales

El 24-M también se dirime una interesante cuestión transversal sobre las supuestas prestaciones excepcionales de los barones territoriales frente a los generales nombrados por el dedo de las direcciones estatales. En Madrid, Esperanza Aguirre precisa batir claramente las marcas que obtenga la disciplinada Cristina Cifuentes, para apurar a Rajoy o evitar encontrase ante la cruel paradoja de ganar las elecciones pero ver cómo a alguien se le ocurre exigir su retirada para permitir gobernar al PP; seguramente ya no le divertirá tanto escuchar a Albert Rivera pedir la cabeza de Manuel Chaves. Si Ángel Gabilondo no mejora las ya exiguas cifras del invictus Tomás Gómez se activará de nuevo la bomba de relojería que tanto le gusta detonar al socialismo madrileño.

En Valencia la baronesa Rita Barberá necesita imponerse y superar al general Alberto Fabra para asegurar su cuello. Solo gobernar permitirá a José Antonio Monago continuar rapeando como el barón rojo, mientras que la mera victoria en votos le obligaría a teñirse de azul como los demás para sobrevivir. La gran rival de María Dolores de Cospedal, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, ni siquiera se presenta, pero sería la gran beneficiada por la pérdida de poder popular en la Mancha.

Partido versus redes

La noche del 24-M iluminará otra cuestión intrigante. Veremos quién decanta las elecciones en los tiempos modernos. Si las antiguas estructuras de los viejos partidos, con sus burócratas, sus mítines y sus autobuses cargados de militantes o los community managers con sus trending topics en Twiter y sus miles de "me gusta" en Facebook. A ver si resulta que los viejos rockeros aún son demasiado duros para los jóvenes modernos.