Todos en su casa actuaban raro, él no sabía qué pasaba, hacía días que estaban así; le resultó extraño porque toda su familia normalmente era más alegre. Él no supo qué pudo haber cambiado. Pero un día todo dio un giro. El chico regreso del colegio feliz, de risas con sus amigos haciendo travesuras, pero toda esa felicidad se borró de su rostro cuando puso un pie en casa. Todos estaban ahí, mirándolo, nadie dijo nada, todo estaba en silencio. Pasaron los minutos y todo seguía igual, silencio y miradas incómodas. El chico ya no aguantó más y se fue a su cuarto, se sentó en el borde de la cama, estuvo así durante cinco minutos mirando a la nada. De repente notó cómo alguien entraba en su cuarto, alzó la mirada y vio a su hermana un tanto nerviosa. Ella se sentó sobre la cama y sin más rodeos le dijo: «mamá murió». Al decir esas dos palabras ella no sabía que su vida cambiaría, se echó a llorar. Él no decía nada, no hizo nada, no se movió de su sitio, se quedó quieto como una gárgola; veinte minutos después reaccionó, y lo único que dijo fue un simple «adiós» y se fue del cuarto. Ella no lo siguió, de lo que se arrepentirá de por vida, porque nunca más lo volvió a ver.