Oscuridad. Eso es lo único que se ve. Vacío, silencio, frío. ¿Quién me iba a decir que así terminarían las cosas? Que por intentar encontrar una respuesta, iban a terminar de esta manera. Y pensar que todo comenzó como un día normal...

Me levanté de madrugada, no podía dormir. De nuevo aquella pesadilla, el mismo sueño. Pero esta vez algo había cambiado: había cambiado la sensación. Normalmente, aprieto el gatillo y siento miedo, casi terror, pero también satisfacción. Es interesante la sensación de dominio cuando se está del otro lado del cañón, cuando tienes el poder de quitar una vida, de poner fin a toda esperanza. Pero, esta vez es diferente. Siento un auténtico terror invadiendo mi cuerpo, pues, en esta ocasión soy yo quien está entre la vida y la muerte y justo en el momento en el que la bala quema mi pecho, despierto. Trato de convencerme de que todo ha sido un sueño, un sueño demasiado real... pero no, yo no he matado a nadie, ni nadie me ha matado a mí. Procuro calmar mi respiración, y en un intento desesperado de convencerme de ello, me examino el pecho. No hay nada, pero tengo miedo de que al cerrar los ojos, la sensación de terror, el dolor de la bala atravesando mi pecho, vuelva.

No voy a poder cambiar esta sensación; una vez que he aceptado esto, me visto y me dispongo a salir. Tengo que hacer unas fotografías para entregarlas en la redacción. Debo admitir que este tema que tengo que cubrir me apasiona. No todos los días tienes la oportunidad de enfocarlo y abordar una pregunta que nos persigue desde que el mundo es mundo. Sí, así es, el título es «Cementerios y panteones ¿hay algo más allá de la vida?».

Tuve que pedir permiso a las familias para poder publicar las fotografías, aunque lo más complicado era convencer al jefe de redacción, aunque no recuerdo haber tenido que hacerlo. Absorta en tratar de recordar cómo lo había logrado me dirigía al cementerio municipal, y en ese momento, sentí un fuerte golpe en la nuca.

Empecé a moverme, no sabía dónde estaba y tampoco sabía cómo había llegado hasta allí. Me movía y golpeaba una superficie dura y lisa cuando de repente, una voz ronca me sobresaltó.

-No intentes huir, no vas a poder.

-¿Quién eres? ¿Dónde estoy?

-Estás bajo tierra, donde debías estar desde hace tiempo.

-No has contestado, ¿quién eres?

-Soy uno de los muchos niños a los que les arruinaste la vida.

-¡Qué dices! Yo nunca he hecho daño a nadie.

-¡Mientes! ¿Acaso creías que todos esos sueños eran mentira? ¿Qué esa sensación de poder que describías justo antes de disparar era solo una ilusión? ¿Te parece esto una ilusión? Me aseguraré de que estés aquí, donde siempre debiste estar. Nunca es tarde para hacer justicia, aunque sea una justicia irónica. ¿Sabes? Estás junto a todas las personas que mataste. Y nadie va a venir a buscarte. Eres un monstruo junto a muchas buenas personas.

-¿Y por qué me has traído aquí entonces?

-No soy como tú.

Y aquí estamos, de nuevo solos, perdidos en medio de la oscuridad. Los pulmones comienzan a arderme y siento... no siento nada. No siento nada ahora, ni durante la conversación; ninguna sorpresa, ningún sentimiento, ninguna emoción, ni tan siquiera miedo por la inminente e inevitable visita de la muerte, cuyo caballo azabache ha posado su mirada sobre mí. Ahora, solo me pregunto una cosa: ¿realmente estoy muriendo o nunca me sentí realmente viva?