Y así pasé la noche de aquel martes 13.

Jugando a sumar defectos frente al espejo, sin llegar a aceptar que la solución estuvo siempre en mí. Entendiendo que no necesitaba a nadie para resolver mis problemas, ya que eran factores ajenos a los demás. Dejando de compararme con ellos, porque el resto no es igual a mí.

Y dándome cuenta de que debía afrontar esa ecuación compleja en la que se había convertido mi vida y seguir adelante.