Amnesia colectiva

(Ricardo Armentia Moliner, 4º ESO. IES Valdespartera)

A nadie le gusta recordar el dolor: aquella pérdida, aquel desenlace, aquel desengaño. No es grato recordar hechos sumamente dolorosos, pero, la vida sigue y uno se llega a adaptar a las nuevas realidades (lo que no implica olvidar).España ha vivido terribles momentos para su historia: también en la reciente. Más bien dicho, en la muy reciente. Nuestros mayores han vivido la guerra y los años más duros de la posguerra, nuestros adultos han vivido los últimos coletazos de la represión franquista, y todos, también los más jóvenes, han vivido la barbarie terrorista: la yihadista y, especialmente la etarra.

ETA asesinó a más de 840 personas (las cifras varían según el organismo: el Ararteko-Defensor del Pueblo Vasco, la AVT, que sube la cifra hasta 955 contando el atentado en el Hotel Corona de Aragón y otros hechos sin esclarecer, la Audiencia Nacional, etc.). Y lo hizo en defensa (siempre en sus propias palabras) del pueblo vasco.

Puede que nunca tanto dolor y tanto sufrimiento, tantas muertes, tantos huérfanos, tantas familias desgarradas y tantos heridos hayan servido para tan poco, o siendo más objetivos, para nada.

Que ETA con su violencia no consiguió nada ha quedado claro: ni derribó la opresión franquista sufrida en toda España, ni consiguió la independencia de Euskal Herria de los estados español y francés durante la democracia (en la cual mató a la casi totalidad de sus víctimas y durante la cual se fue desangrando por la aparición de voces internas que aconsejaban integrarse en el sistema democrático), ni instauró el socialismo (uno de sus objetivos) ni hizo que absolutamente nada fuera a mejor.

La sociedad española, incluyendo a la vasca y a la navarra, ganó al terrorismo. ETA ha renunciado a la violencia y se aboca a su desaparición (ya en la práctica ocurrida). Pero no hemos de olvidar, y eso es lo que yo quiero expresar en estas líneas. No es aceptable que nuestra historia reciente, de donde se derivan nuestras actuales condiciones sociopolíticas, ocupen la parte final del temario de la asignatura de ‘Historia de España’ de 2º de bachillerato. Por las prisas con las que se da, porque a 2º de Bachillerato no llegan todos los estudiantes españoles y, sobre todo, por la poca importancia concedida a la memoria.

Tampoco es aceptable que la mayoría de los jóvenes, vascos o de cualquier parte de España, no sepan quién fue Miguel Ángel Blanco o qué pasó en las casas cuarteles de Zaragoza o Vic o en el Hipercor de Barcelona. Los alaveses deben saber por qué el estadio de baloncesto se llama Fernando Buesa, los malagueños deben saber por qué su pabellón se llama José María Martín Carpena o miles de ciudadanos deben saber porque su exrepresentante público: concejal, diputado, etc. ya no está con ellos.

Si nuestros medios de comunicación social (tanto privados como especialmente públicos) promovieran la memoria, si se hicieran más homenajes, si viésemos las placas, si se hablara del tema, tal vez más gente entendería la indignación de la eurodiputada de UPyD, Maite Pagazaurtundúa (hermana de un concejal asesinado por ETA) ante las palabras del coordinador general de Euskal Herria Bildu sobre lo que estaba haciendo cuando mataron a Miguel Ángel Blanco: estar en la playa sin mayor preocupación, pues, según él, confiaba en que no lo mataran. Y cuando pasó aquello el señor Otegi era representante de todos los guipuzcoanos en el Parlamento Vasco, para mayor gloria.

Tampoco deberíamos aceptar que las nuevas generaciones no sepan si sus abuelos vivieron durante la Guerra Civil Española o la represión, si eran de algún bando, si perdieron a alguien, si nacieron en el exilio, la podredumbre y las terribles condiciones en las que vivieron y otros datos. Por no saber, no saben ni lo que es la Guerra Civil.

Y no es culpa suya: no se sabe lo que a uno no se le ha enseñado y no se conoce lo que uno no ha vivido. Y, como decía al principio, a las personas no les gusta recordar lo terrible u oír continuamente tristes historias. Preferimos ver la televisión o leer un libro que enterarnos de las ilusiones y esperanzas de vidas truncadas por la violencia. Los medios prefieren entretener que entristecer y la educación prefiere enseñar cosas «útiles» como las sumas o la sintaxis (de las que nadie duda sobre su utilidad), aparcando los valores y el recuerdo.

Que a día de hoy haya familiares que aún buscan en las cunetas a sus seres queridos, que haya impunidad social con los agresores de miles de ciudadanos que clamaron por sus derechos y la libertad en las calles de nuestro país hace 40 años y que esta impunidad se extienda a etarras asesinos denominados por ciertos representantes políticos como «presos políticos» no nos debe dejar indiferentes: no es propio de una democracia del siglo XXI.

Tenemos que promover una memoria y una conciencia social respecto a estos temas. Si no se conoce la historia, se está condenado a repetirla. Por eso, como ya he dicho antes, se debe promocionar este recuerdo en la educación y en los medios de comunicación, se ha de hablar del tema, y, para que no se olvide, se han de realizar los merecidos homenajes sociales: actos, placas, esculturas, etc. Y, por qué no, crear un día festivo en el que se conmemoren a las distintas víctimas del terrorismo o la opresión o a los caídos por España en defensa de la libertad y la democracia, a los que se debe recordar de igual forma.

No olvidemos, es capital saber del pasado si se quiere tener un mejor futuro.