Era un 24 de enero cuando estaba sentado en la sala de espera del hospital para saber mis resultados. Resultados que cambiarían mi vida por completo y, durante ese tiempo, sólo pensaba en Daniela. Recordaba cómo perseguía sus sueños hasta encontrarlos y cómo consiguió ser la mejor bailarina que había visto con mis ojos. Hasta que un día llegó la leucemia. Durante esos minutos, recordaba nuestro primer día, nuestra primera clase, nuestros primeros fallos y nuestras caídas.

De repente escuché mi nombre: Óscar Fernández. «Es el siguiente», me dijo una enfermera con cara agradable. Pero justamente cuando iba a entrar me dijo: «Recuerda, siempre hay esperanza».

Fue después de aquella frase cuando supe mis resultados. Leucemia Estado 1. En estos momentos, uno menos que Daniela. Durante las siguientes semanas tendría que acudir a quimioterapia y, seguramente, a radioterapia. Pero aún así, me alegraba saber que vería a Daniela, mi mejor amiga.

Cuando llegué, sentí miedo y tristeza a la vez; creí que no tendría fuerzas para entrar a la sala. Mi madre ya había avisado a los padres de Daniela de que yo iría a los mismos horarios que ella. Sólo decía: para superarlos juntos una y otra vez. Por fin tuve el valor de entrar y me senté allí en una especie de sillón blanco. No conocía a nadie y Daniela todavía no había llegado. De repente una niña se me acercó y me dijo: «¡Hola! Soy Chloe y tengo 12 años, puesto que llevo un tiempo, veo que eres nuevo y me muero de ganas de conocerte». Yo le contesté: «Hola Chloe, me llamo Óscar y tengo 13 años y, como has adivinado, es mi primer día aquí y la verdad es que tengo algo de miedo».

Ella dijo que era normal, al principio todos lo tenían, pero poco a poco se iba marchando. Cuando menos de lo esperaba entró Daniela con una sonrisa enorme. Vino a abrazarme y dijo: «Bueno, ya veo que os conocéis». Se rio y me contó que era muy amiga suya. Entraron el mismo día y, desde entonces, no se separaron. Resulta que también le gustaba mucho bailar y de vez en cuando, para olvidarse de todo, bailaban algo juntas. Después de presentó a Mario, un chico que tenía mi edad y al que le encantaba el fútbol. También me contó que era del Barça y que cada vez que había un partido, lo veían los tres juntos.

Cuando acabó aquella sesión, cada uno fue a su habitación menos yo, que todavía podría permanecer unos meses más en casa. Pero antes de irme, Mario me preguntó si tenía planes para el día siguiente y, aunque ni siquiera lo sabía, le contesté que no. Fue entonces cuando me enteré que iba a ver un partido de fútbol en su habitación con Chloe y Daniela y que incluso íbamos a gritar por su equipo.

Al día siguiente fui a buscar a Daniela a su habitación y, cuando llegué, con una agradable sonrisa y un abrazo enorme, me dijo que me sentara allí un rato, que tenía que contarme algo importante. Me explico el porqué de la sonrisa tan grande de ayer: le habían vuelto a hacer algunas pruebas y su estadio de leucemia había bajado al 1, es decir, al mismo que el mío. Le abracé con mucha fuerza y mientras, ella me decía: «Lo superaremos, te lo prometo». Y nos dirigimos a la habitación de Mario.

Pasamos una tarde preciosa, hasta que empecé a vomitar una y otra vez y ya, sin quererlo, me apropié de una habitación en el hospital. Me quedé dormido y me desperté a las cinco de la mañana con el sonido de la puerta abriéndose. Era la enfermera que venía a verme cada tres horas, pero justo después entró Chloe señalándome que no dijera nada. Me contó que se solía reunir por la noche con Mario, pero le habían cambiado de planta. Empezamos a hablar del baile e incluso me mostró algunos pasos que nunca había visto. Justo cuando se iba a marchar, oímos movimientos en el pasillo, así que corriendo se metió en el baño y yo me hice el dormido, pero era Daniela que no podía dormir tampoco porque estaba preocupada por mí y por Chloe, que no la había visto después del partido. Estuvimos un rato y se marcharon antes de que pasaran las enfermeras por su habitación.

A las ocho de la mañana me desperté con la voz de una enfermera que me trajo el desayuno y me avisó de que habían llegado mis padres. Estaban tan preocupados por mí que ni siquiera me dejaron desayunar tranquilo, aunque tampoco tenía mucho que perderme. Por la mañana también vino a visitarme mi familia y algunos amigos. Por la tarde me tocaba quimioterapia y la verdad es que no tenía muchas ganas después de lo de ayer pero, cómo no, Daniela consiguió otra vez más que me sintiera bien. Estuvimos hablando de lo que echábamos de menos el baile, de nuestros compañeros y de la maravillosa noticia que nos había dado Mario. Se encontraba mejor y la próxima semana volvería a casa después de mucho tiempo. Después nos reunimos los cuatro en la habitación de Chloe, quien se había enterado de que nos repetían las pruebas a los cuatro el mismo día, más o menos, dentro de un par de meses. Mario se tuvo que marchar y los tres nos tumbamos en la cama de Chloe a ver un maratón de películas de Harry Potter. Nos quedamos dormidos y nos despertamos con su enfermera diciendo que nos teníamos que marchar porque traía la cena. Nos despedimos y Daniela me acompañó a mi habitación. Todavía no me había acostumbrados a los largos pasillos del hospital.

Cuando llegué me esperaba una cena más asquerosa que el desayuno y eso que pensaba que sería imposible. A las diez me eché a dormir, aunque a las tres de la mañana me desperté vomitando. Fue una noche muy larga.

Los siguientes días fueron parecidos, hasta que un día no vi a Daniela en la sesión de quimioterapia. Chloe no sabía nada y yo no podía estar más preocupado. Así que Chloe, que sabía cuál era su habitación, me acompañó hasta allí. Cuando entramos, vimos que estaba sola y triste. Corriendo nos acercamos y le preguntamos si le dolía algo. Ella lo negó con la cabeza y entonces nos sentamos con ella. Pasado un rato nos empezó a hablar. Resulta que su perro había fallecido, pero ella no lloraba por aquello, era mayor y había tenido una vida preciosa, pero no lo había visto durante mucho tiempo y pensaba que se iría antes que él. La abrazamos y todos nos quedamos pensando sobre lo que había dicho.

Llegó el día de las pruebas y, en vez de tener un desayuno soso, nos pusieron unos donuts y un buen vaso de leche. Nos reunimos los cuatro en la sala de espera y nos dimos suerte entre nosotros. El primero fue Mario, de quien recibimos la noticia de que se marchaba definitivamente. ¡No me pude alegrar más! La siguiente fue Chloe, que no estaba muy convencida, pero entró en la sala con fuerza y esperanza. Después iba Daniela, y la veía demasiado tranquila, aunque no sabía por qué. Cuando terminó salió, pero al contrario de los demás, ella se quedó conmigo hasta que me tocara y mandó que recibiéramos los resultados a la vez. Esta vez la encontraba más nerviosa que al principio. Estábamos en silencio de la mano cuando de repente rompió a llorar y me dijo: «¿Y si no lo superamos esta vez? ¿Y si no podemos volver a bailar?»

Entonces recordé aquella frase de la primera enfermera que me atendió y le contesté: «Daniela, créeme, siempre debemos tener esperanza, aunque tengamos miedo». Me miró, sonrió y me dio suerte. Entré con miedo pero con esperanza y, cuando salí, me estaba esperando. Nos llamaron y, como no sabía que era imposible, ocurrió.

Aquel fue el día en el que me liberé de la leucemia, con mi mejor amiga. Después de tantas horas de radioterapia y quimioterapia, de tantas noches sin dormir por el malestar y de no poder bailar, había acabado con ella.

Aunque en verdad había estado poco comparado con otros niños, me sentía alegre y liberado. Todos lo habíamos superado, aunque la única que tenía que quedarse allí un par de semanas era Chloe, pero sólo para ver cómo evolucionaba. Me alegré de volver a la vida norma.

Después de aquello entendí que cada día tenía que regalar al mundo lo mejor de mí, aunque no sabía lo que iba a pasar. Cada vez que había un partido del Barça nos volvíamos a reunir los cuatro. Un día, Chloe apareció en nuestra academia y entró en nuestro equipo, desde ahí bailamos con más fuerza y alegría. Nos reunimos todas las semanas y marcamos nuestra meta: Vivir cada día con más alegría.