«Polvo somos y en polvo nos convertiremos», esa frase es tan cierta hoy como cuando se escribió.

Oh, muerte, oh negra y triste muerte, eres el segundo jinete del Apocalipsis, aquel que segara nuestras vidas y acabara con nuestros días sobre la faz de la tierra; tú, muerte, siempre omnipresente como un manto negro de desesperación, eres la noche de la vida, la que decide cuándo se pararán las manecillas de nuestro reloj vital, pero aún así qué poco en cuenta te tenemos hoy en día; aunque nos rodees con tu inquietante presencia, aunque nos muestres cuán fácil es para una persona morir, aun así, muerte querida, qué poco te respetamos, y no es porque no nos impongas, pues eso siempre lo lograrás, sino que la verdadera razón de que te ignoremos es el dulce y falso pensamiento de que podremos vivir por mucho tiempo y que nada podrá anticipar una muerte natural que damos por hecha, pero qué equivocados estamos, porque tu picardía es legendaria y con un solo chasquido de tus huesudos dedos puedes llevarnos bajo tierra.

Siento pena por ti, muerte, pena porque estés siendo cada vez más desvirtuada con el paso de los tiempos, pero tú más que nadie deberías saber que la gente cambia con las épocas; perdónales, muerte, mas no saben lo que hacen, no es culpa suya que le den más importancia a cuatro cables conectados a una pantalla que a tu ilustre figura. Solo quiero que sepas una última cosa, mi amada y grandiosa muerte, quiero que sepas que sea el día que sea en el que decidas venir a por mí te estaré esperando con los brazos abiertos y me marcharé contigo al final del túnel, porque todos sabemos que eres inevitable, pero también te prometo una cosa, quiero que sepas que viviré lo que sea que me quede de vida como yo solo sé para poder ir satisfecho contigo…