Jordi era un hombre extremadamente delgado y un independista catalán muy radical. Tenía una granja en las afueras de Barcelona. Era tan radical, que quiso crear su propia República en su granja. A cada animal le asignaba un partido político. Los cerdos eran los del PP, las gallinas eran los del PSOE, las ovejas eran los del Grupo Ciudadanos, y las cabras, los de Podemos.

Ningún partido se ponía de acuerdo; no era una monarquía, era una anarquía. Entonces Jordi, un día caluroso de agosto, se dio cuenta de que si cada uno iba por su lado y no se contaba con los demás nada podía funcionar.

El separatismo y la fragmentación no llevan a ningún lado.