Sigo tan a prueba de balas,

con tanta metralla en los huesos,

que hasta un inocente beso

es capaz de matarme.

Y es por eso que tengo miedo de caer en tus labios de precipicio

en los que siempre

hay piedras nuevas con las que tropezar.

Hoy me he dado cuenta de que busco tus «buenos días»

entre

los

de

la

gente,

de que espero impaciente

a verte de frente

mientras los dos

agachamos la mirada

repasando que el suelo siga

estando ahí abajo

y fingiendo

que no nos da vergüenza mirarnos a la cara.

Antes de hablarnos

cogemos aire y nos sumergimos en un mar de dudas…

Sólo somos

un par de peces, asfixiados,

nadando por las calles…

y a punto de morir por nuestras bocas.

Pero que no llegamos a hacerlo.

Mañana fue cuando amaneció

y nos acercamos cuando,

la Luna,

seguía siendo la reina

de la pista de baile.

Nuestra única experiencia, por ahora,

se resume en un impulso,

dos besos,

algo de alcohol

y ganas y necesidad de estar

a un soplido

de ti.

Dalí prefirió que la persistencia de la memoria nunca supiera qué hora es,

y a nosotros, la hora que sea;

nos la suda.

Eres la sirena que navega

por el mar de mi imaginación.

Y, contigo, sirena…

Tú y yo

nos resumimos

en puntos suspensivos…

Porque tenemos cuatro

estaciones,

doce meses, cincuenta

y dos semanas,

y todavía

sigo sin saber

cuándo nos empezaremos a

conocer.

En fin sirena;

te dejo con tus olas…

Pero antes, quiero que sepas una cosa más;

Lo atroz

de

lo

nuestro

es que ni siquiera

sabes

que

te

escribo…