Dennis Lehane es el autor que está detrás de Mystic River de Clint Eastwood, de Shutter Island de Martin Scorsese o de Adiós pequeña, adiós y la reciente Vivir de noche de Ben Affleck, y ahora visita España no solo para recoger hoy el Premio Carvalho en Barcelona sino también para presentar su última novela, Ese mundo desaparecido (Salamandra) con la que cierra su trilogía.

—¿Esta novela tiene una mayor carga de melancolía que las anteriores?

—Son tres libros muy distintos. El primero, Cualquier otro día, es una novela histórica clásica; la segunda, Vivir de noche, es una novela de formación, y esta, una tragedia silenciosa. Trata sobre el hecho de hacerse mayor, algo que inevitablemente nos hace pensar en la muerte, y probablemente existe una gran conexión con lo que ocurría en mi vida mientras la escribía. Me encontré rodeado de muerte. Murieron mis padres y también mi hermano. Naturalmente, ese sentimiento se filtró.

—¿Cree que si no hubiera nacido en Boston se hubiera convertido en el escritor de novela criminal que es?

—El entorno era muy difícil, sí. Había una gran variedad étnica. Y sí, quizá eso facilitara que me convirtiera en escritor.

—Pero también pudo ser un delincuente.

—(Ríe) O profesor, o policía, o bombero, o funcionario…

—¿Nunca fue un chico malo?

—(Vuelve a reír) No comment.

—En todo caso, sabe de qué habla cuando describe la violencia.

—Lo que admito abiertamente y no escondo es que mi barrio por aquel tiempo era extremadamente violento, una violencia que se palpaba físicamente. No había manera de no toparse con ella a cada momento.

—Su protagonista Joe Coughlin, ese exgánster irlandés perseguido por su pasado, ¿podría ser un Dennis Lehane que acabó descarriándose?

—Posiblemente. Joe tiene una relación complicada con su padre, un personaje corrupto pero muy bien considerado socialmente, y eso provoca en Joe una inmensa rebeldía contra la hipocresía reinante. Naturalmente, eso no tiene nada que ver con mi padre y el entorno en el que crecí, pero me reconozco en muchos de los sentimientos de Joe.

—También es una historia de cómo afrontar la paternidad.

—Sí, me temo que cada generación intenta compensar los fracasos de la anterior pero descubre nuevas maneras de fracasar con los hijos.

—¿Por qué en casi todas sus novelas los niños son las víctimas o están en peligro? ¿Ha pensado en ello?

—Quizá tenga que ver con mi antiguo trabajo como trabajador social junto a niños que sufrieron abusos, pero también con haber tenido muy presente que me crié en un entorno seguro, en una casa segura y en una familia segura, algo que la mayoría de mis amigos no tenía.

—Usted conoce bien el caso de los sacerdotes pederastas de Boston. Ha alimentado su literatura.

—Lamentablemente tuve un asiento de primera fila para ese espectáculo porque algunos de los sacerdotes que me dieron clase fueron inculpados y el principal era el cura de la parroquia de al lado de la mía. No comparto con Joe Coughlin demasiados rasgos autobiográficos pero sí una enorme desconfianza en las instituciones públicas y específicamente hacia aquellos a los que les gusta salir a la plaza pública a hablar de moralidad.

—¿Su interés por las desigualdades sociales procede de ser el hijo de un sindicalista?

—Sí, mi padre era un emigrante irlandés, como mi madre, y es probable que los hijos de los emigrantes tengan una mayor empatía por los trabajadores.

—¿Y cómo contempla a esa clase trabajadora degradada que ha acabado votando a Trump?

—El Medio Oeste y el Sur han sido abandonados por los demócratas y republicanos durante años. Que no se hayan dado cuenta de eso ha sido un fracaso importante. Lo que ha hecho esa gente es demostrar su rabia en las urnas por esa incuria.

—¿Cómo ha vivido personalmente la victoria de Donald Trump?

—Con estupor. Creo que esto se va a poner interesante y los motivos de preocupación son muy grandes, pero 250 años de democracia no se van a malograr. Vamos a sobrevivir y sabremos manejarlo.

—Eastwood anunció que él votaría a Trump porque estaba «harto de tanta corrección política».

—Estas elecciones son el resultado de cómo uno de los dos candidatos convenció al electorado de que les iba a dar trabajo. Y todo lo que ocurrió bajo la superficie, que fueron muchas cosas feas, no creo que contribuyera a decidir la elección en un sentido u otro. Lo que la decidió fue un deseo de esperanza; paradójicamente, el mismo que con Obama.

—En todo caso, los tiempos en los que un presidente aparecía fotografiado con una novela, como ocurrió con Clinton y una de las suyas, ya son historia.

—No, de ninguna manera. Solo hay que esperar cuatro años.