La vida de Juan José Vera (Guadalajara, 1926) puede intuirse a través de sus cuadros. Ahora, el Museo de Zaragoza le dedica una retrospectiva -que se inauguró ayer con la presencia de varios de sus familiares- con la que se pretende realizarle un «homenaje especial durante las Fiestas del Pilar», según explicó ayer Cristina Marín, galerista y comisaria de la exposición La abstracción sorprendente, que puede verse hasta el 21 de diciembre. Junto a ella, Nacho Escuín, director general de de Cultura del Gobierno de Aragón, quien reivindicó a este pionero de la abstracción, sobre todo por su coherencia artística, al que el Gobierno de Aragón ya le reconoció con el premio Aragón Goya en el año 2011.

En el año 1949, Juan José Vera -que reside en la capital aragonesa desde 1934- ya expuso con el grupo Pórtico en La Lonja, en lo que fue la primera exposición de pintura abstracta en España. Es un artista «auténtico», «fiel a si mismo», que «no ha pintado para vender sino para expresar sus sentimientos a lo largo de toda una vida». Y es esa vida la que cuenta a través de sus obras (una treintena, representativas de todas sus etapas). A su padre lo mataron en la guerra, explicó Cristina Marín, «y tuvo una infancia bastante terrible» que se manifiesta en sus primeras obras -la muestra se inicia con, a parte de un autorretrato, El arlequín muerto (1948)- «donde predominan los negros, los ocres y los títulos están muy relacionados con la muerte, la destrucción y la pobreza». Pero es a raíz del nacimiento de sus hijos, en los años 80 su obra «pega un giro radical hacia la esperanza, hacia la fuerza y la vida» que se transmite con colores mucho más claros y vivos, señaló la comisaria; una obra que «se fue dulcificando gracias a una familia estupenda que le ha arropado».

La exposición incluye una treintena de piezas, desde los años 40 hasta nuestros días, en lo que supone un «paseo por la historia de Juan José Vera» a través de «70 años de abstracción». Juan José Vera «ha sido un trabajador infatigable», de ahí que la comisaria se haya enfrentado a una selección de entre cientos, miles de piezas, pero en contacto con la familia, sobre todo con los hijos y los nietos, ha conseguido «desentrañar lo esencial de Vera».

Hay pintura, «algunas inéditas y otras conocidas», como Muro de esperanza (1983), que está en el despacho de Mayte Pérez, consejera de cultura. Y también una muestra de sus escultopinturas, que trabajó durante los años sesenta, en los que «cogía materiales de deshecho y los convertía en obras de arte», que en algunos casos pintaba por los dos lados; ya que «él quería expresarse». En medio de la sala se sitúa una escultura, El descendimiento.