Con apenas 29 años Marta Quintín ya ha publicado dos novelas. La última lleva por nombre El color de la luz narra las peripecias de dos amantes a lo largo del siglo XX y el misterio de un cuadro que recoge la historia de su relación.

-Tengo entendido que la idea de la novela le surgió a raíz de una subasta en la galería Sotheby’s en Nueva York.

-Así es, estaba trabajando como corresponsal de Efe en Nueva York en el 2012 y una de mis responsabilidades era cubrir las subastas de arte que se celebran periódicamente en esa ciudad. En aquella temporada de primavera iba a salir a la venta la última versión que quedaba en manos privadas de El grito de Edvard Munch y se preveía que iba a alcanzar un record de cotización. Se alcanzaron las expectativas y se pagaron 120 millones de dólares por él. Eso me hizo preguntarme qué es lo que llevaría a una persona a pagar semejante cantidad de dinero por un cuadro. Habitualmente se trata de temas especulativos o monetarios, pero yo quise darle una vuelta de tuerca en mi historia y quise plantear un conflicto en el cual una persona no solo quisiese tener el cuadro, sino recuperarlo a cualquier precio, que tuviese una importancia radical.

-Si tuviese ese dinero... ¿en que se lo gastaría? ¿Qué tiene para usted una importancia radical en su vida?

-Nunca he tenido esa cantidad de dinero así que no sabría decir, pero si tuviese que decir algo diría la literatura, esa ha sido mi vocación por encima de todo desde que era pequeña. No sé si es algo que cueste dinero, pero si costase sin duda dedicarme a la literatura sería aquello por lo que pagaría todo lo que tuviese.

-Fue en Nueva York donde publicó su primera novela ‘Dime una palabra’, aunque ya la tenía escrita desde los 18 años.

-Yo he escrito desde que soy una niña, y esa novela estuvo varios años en un cajón saliendo solo para que la leyesen personas muy cercanas a mí. Sin embargo en Nueva York tuve la oportunidad de publicarla gracias a que mi profesor de teatro trabajaba en una editorial de autores hispanoamericanos. Era una novela de iniciación, muy metaliteraria, con un lenguaje muy barroco y preciosista y con la cual solo quería experimentar mi propia interioridad. Cuando empecé a escribir El color de la luz estaba trabajando en Efe, y de algún modo el periodismo me hizo aprender a identificar donde late el nervio de una historia. Ya no se trataba de poner todas las palabras que me sabía como un diccionario, sino que se trataba de contar la historia de la forma más eficaz posible, no de la más erudita.

-Sin embargo hay que remontarse a años atrás en su historia para rastrear su pasión por contar historias. Creo que con apenas seis años le llevaban de clase en clase para que les contase cuentos a tus compañeros de curso. ¿Es así?.

-Uno de mis primeros recuerdos es el de estar en una clase de párvulos y que me cogiese la profesora, me subiese a una mesita de colores y me dijese que les contase un cuento a mis compañeros. Lo hacía de una forma innata, y tengo el recuerdo de ver a esos niños mirarme embelesados por lo que yo les estaba contando. Cuando todavía no sabía leer ya contaba historias, hay un video de cuando era pequeña en el que se me ve pasando las páginas de un cuento e inventándome la historia sobre la marcha solo apoyándome en los dibujos.

-Ya tiene otra novela escrita metida en un cajón. ¿Puede darnos algún detalle sobre ella?

-Es una novela muy diferente a lo que he escrito antes, tiene cierto toque a realismo mágico. Surgió a raíz de un viaje que hice a Costa Rica en el que vi a una tortuga varada en la playa que estaban devorando las aves carroñeras y de la cual los niños decían que la había matado un jaguar. A mí, las historias me salen al encuentro.