Posiblemente no haya un cineasta de la antigua Checoslovaquia más reconocido que Milos Forman, fallecido el viernes a los 86 años en su casa de Hartford (Connecticut) tras sufrir una corta enfermedad. Y no solo por los premios importantes que cosechó, como los dos Oscar al mejor director por Alguien voló sobre el nido del cuco (1975) y Amadeus (1984), los dos Osos de Plata a la mejor dirección en el festival de Berlín por El escándalo de Larry Flint (1996) y Man on the Moon (1999), y el gran premio del jurado en Cannes por Juventud sin esperanza (1971). Forman lideró una generación de directores checoslovacos que en la primera mitad de los años 60 convirtieron la cinematografía de ese país en una de las más pujantes del momento.

De aquella inmensa generación de cineastas checos, Vera Chytilová, Jiri Menzel y Jan Kadár continuaron trabajando en su país después de que la Unión Soviética diera al traste, en agosto de 1968, con el proceso de apertura política que había significado la Primavera de Praga, pero Forman e Ivan Passer viajaron a Estados Unidos en un momento en el que Hollywood acogía con los brazos abiertos a los directores que dejaban atrás el bloque comunista. Precisamente, Forman y Passer -el segundo fue guionista de las cuatro primeras películas del primero- habían sentado las bases de ese estilo renovador con sus respectivas operas primas, Concurso (1963) -unión de dos cortos documentales sobre la juventud- e Iluminación íntima (1965). La semilla estaba plantada, pero serían el éxito del tercer largo de Forman, Los amores de una rubia (1965), y el Oscar a la mejor película de habla no inglesa conseguido por Trenes rigurosamente vigilados (1966), de Menzel, los que pondría en el mapa a la Checoslovaquia cinematográfica.

CAMBIO DE AIRES / Como le ocurrió a Roman Polanski en Polonia, Forman empezó a cansarse de las continuas injerencias intervencionistas de las autoridades prosoviéticas en el cine de su país. Así que después de ¡Al fuego, bomberos! (1967), una comedia sobre la fiesta de cumpleaños de un bombero, decidió cambiar de aires. Le siguió Passer, que debutó en lengua inglesa con Born to Win (1971), retrato de un yonqui desde una perspectiva cómica. Forman lo hizo el mismo año con Juventud sin esperanza, un filme de corte independiente, y también en clave cómica, en el que prosiguió el estudio de los comportamientos juveniles ya iniciado en su etapa checa.

Passer no llegó a triunfar. Forman, en cambio, logró que, tras su contribución a Visions of eight (1973), documental sobre los Juegos Olímpicos de 1972, todo el sistema operativo del nuevo Hollywood respaldara su siguiente cinta estadounidense, Alguien voló sobre el nido del cuco. Conviene destacar que el realizador checo llegó al cine norteamericano en un momento crucial, cuando directores como Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Bob Raffelson y Dennis Hopper, y filmes independientes de notable éxito como Easy Rider (1969), estaban cambiando la fisonomía de la industria.

Adaptación de la novela lisérgica escrita por Ken Kesey sobre un delincuente (Jack Nicholson) recluido en un psiquiátrico gobernado por una férrea enfermera (Louise Fletcher), la película convirtió a Forman en uno de los hombres de moda de aquel nuevo Hollywood. Siguió en la estela contracultural con la adaptación al cine del musical hippy Hair (1979) y brilló especialmente con Ragtime (1981), una estupenda versión de la obra de E. L. Doctorow ambientada en el Nueva York de 1906.

Forman se volvió después algo formalista, aunque Amadeus, o la disputa entre Wolfgang Amadeus Mozart y Antonio Salieri, se saldó con otro gran éxito comercial (y 13 premios de la Academia), y Valmont (1989), planteada como la réplica a Las amistades peligrosas de Stephen Frears, releyó con personalidad el relato epistolar de Choderlos de Laclos.

Tras estos dos viajes decorativistas a épocas pretéritas, volvió a pulsar la realidad estadounidense más cruda con dos propuestas basadas en personajes reales: El escándalo de Larry Flint, en la que Woody Harrelson encarna al creador de la revista sensacionalista y pornográfica Hustler, y Man on the moon, otra de sus mejores cintas, con un notable Jim Carrey en la piel de Andy Kaufman, el comediante precursor del concepto de antihumor.

La última película de Forman, Los fantasmas de Goya (2006), resultó un retorno algo apolillado al pasado histórico, en este caso la España del siglo XIX, con Stellan Skarsgard como Goya, Natalie Portman como su musa acusada de herejía y Javier Bardem en el papel del inquisidor.

en aragón, con goya / El rodaje de esta película lo trajo a tierras aragonesas, ya que parte del mismo tuvo como escenario el Monasterio de Veruela. Y a tenor de lo que cuenta, su presencia en España le resultó realmente grata, pues siempre aseguró que vivió «la mejor experiencia profesional» al grabar Los fantasmas de Goya. El realizador se relacionó con España para dos proyectos: el primero fue la película inspirada en el pintor de Los fusilamientos. Al realizar esa crónica de la España del siglo XVIII, Forman declaró que «nunca había trabajado con gente tan agradable, dispuesta y entusiasta».

El segundo proyecto que le hizo mantener relación con nuestro país fue la ópera bufa Un paseo bien pagado, su primera creación en la dramaturgia lírica, coproducción del Teatro Nacional de Praga y el Palau de les Arts de Valencia.