En el Hollywood actual no abundan los secretos. Por regla general, las estrellas están encantadas de compartir muchas intimidades de su vida a través de Instagram, y de difundir el resto ya se encargan portales web como TMZ. Pero hubo un tiempo en que todo era muy distinto. Y mientras la gente buscaba escapismo en las películas, quienes las protagonizaban escapaban a una gasolinera de Sunset Boulevard buscando lo que un joven llamado Scotty Bowers les podía proporcionar. WDaba igual lo que pidieran: yo lo tenía», asegura Bowers siete décadas después en el documental Scotty y la historia secreta de Hollywood, presentado estos días en el Festival de Toronto.

Recién llegado de luchar en el Pacífico en la segunda guerra mundial, Bowers se convirtió en el proveedor preferido para muchas de las figuras del cine que debían desarrollar sus actividades sexuales en la clandestinidad. Y lo siguió siendo hasta la llegada del sida en los años 80. Scotty proporcionó amantes femeninas a Katharine Hepburn -unas 150 a lo largo de los años, asegura— y compañía masculina a Errol Flynn, Tyrone Power, William Holden y, sobre todo, a George Cukor; participó en ménages à trois con Cary Grant y Randolph Scott y también con Ava Gardner y Lana Turner. Fue el guardián de las llaves de un Hollywood subterráneo donde no había que preocuparse por las cláusulas de moralidad incluidas en los contratos de los estudios, ni por las redadas de las brigadas antivicio, ni por los fotógrafos de la revista Confidential, pionera del acoso a las celebrities.

ENCUENTRO CON PIDGEON / Todo empezó un día de 1946. Bowers estaba en la gasolinera llenando el depósito de un Lincoln cuando su dueño, el actor Walter Pidgeon (La señora Miniver), lo invitó a su casa. Una vez allí, Pidgeon le practicó sexo oral y, a cambio, le dio 20 dólares. La voz se corrió por Hollywood y, tan pronto como el joven reclutó para la causa a un puñado de sus excompañeros de la Marina, la gasolinera, en la esquina de Sunset Boulevard con Van Ness Avenue, se convirtió en un próspero burdel.

Los encuentros sexuales tenían lugar bien en una caravana estacionada en el párking trasero o bien en un motel cercano. Asimismo, por cinco dólares, a través de un agujero en la pared de los lavabos los mirones podían contemplar a quienes orinaban o se masturbaban. Con el tiempo, Scott Bowers y sus muchachos trasladaron el negocio a las fiestas de las mansioness.

Nunca se consideró un proxeneta, porque solo cobraba cuando él atendía a los clientes, algo que por otra parte trataba de hacer lo más a menudo posible. «Estaba orgulloso de mi miembro, y feliz de compartirlo», afirma. Como recuerda en la película, el sexo no era lo único para lo que lo usaba: «En las fiestas, a la gente le encantaba que mezclara sus cócteles con él». A sus 94 años, se muestra satisfecho de haberlo «probado todo», tanto con hombres como con mujeres, e insiste en describirse como una figura altruista. «Mi único objetivo fue siempre hacer a la gente feliz».

No fue, en cambio, particularmente feliz el origen de tan indiscriminada predisposición al sexo. En el filme, Bowers rememora cómo a los 11 años entró en contacto con un cura católico que le pagaba un dólar por cada intercambio sexual («no tardé en tener sexo con todos los curas de Chicago», añade), y asimismo el director Matt Tyrnauer parece atribuir al traumático pasado de su protagonista -marcado por la pobreza, la guerra y la muerte de una hija-, la actividad que desarrolló y el síndrome de Diógenes que sufre hoy.

Scotty y la historia secreta de Hollywood se basa en el libro de memorias Servicio completo (Anagrama), que Bowers (con Lionel Friedberg) publicó hace cinco años, y promete provocar una controversia similar. Entonces fueron muchos quienes pusieron en duda lo que se contaba en esas páginas (¿En serio Charles Laughton comía bocadillos de heces? ¿De verdad Cole Porter practicó 15 felaciones de forma consecutiva? ¿Eran los duques de Windsor tan aficionados a los tríos?), en parte porque no hay pruebas fotográficas y en parte porque los protagonistas están todos muertos. También, claro, es legítimo cuestionarse si es ético airear los trapos sucios de gente que desde la tumba no puede defenderse.

Aunque, por otra parte, ¿no es revelar la verdad sobre esas estrellas una forma de limpiar su imagen despojándola de las mentiras que Hollywood impuso sobre ellas?.