Es uno de los cineastas más importantes, pero lo que ha traído estos días a Alejandro González Iñárritu a Cannes es otra cosa: Carne y arena, la instalación de realidad virtual que ha creado junto al director de fotografía Emmanuel Lubezki -juntos trabajaron en Birdman (2015) y El renacido (2016)- y en la que invita al usuario a que experimente en primera persona lo que sufren quienes tratan de cruzar ilegalmente la frontera entre México y Estados Unidos.

-¿Cuál es el mayor desafío que le planteó la realidad virtual?

-Que, al trabajarla, todo lo que sé sobre cine no me sirvió de nada. Tuve que explorar un lenguaje dramático distinto, del que no hay precedentes. Es como si a usted le dicen que escriba sin verbos: seguramente se volvería loco si tuviera que explicar las cosas sin recurrir a ellos. Pero, por otra parte, ha sido una experiencia liberadora. En la realidad virtual no existe la idea del frame, el marco que encuadra la imagen. El cine, en cambio, está sometido a la dictadura del frame.

-Usted empezó a trabajar en ‘Carne y arena’ hace cuatro años y, en ese tiempo, la frontera entre Estados Unidos y México ha ido cobrando más y más protagonismo. ¿Cómo se ha adaptado a ello el proyecto?

-No lo ha hecho. Aunque ahora se hable más de ello, el drama humano es el mismo ahora que entonces. En ese sentido, yo he querido despolitizar el asunto de la inmigración, que ha sido secuestrado por los líderes políticos en beneficio propio. Y quiero dejar claro que hablo de todos ellos. Ahora todos culpamos a Donald Trump, pero Obama aprobó más deportaciones que ningún presidente anterior.

-¿Invitaría al presidente de EEUU a experimentar la instalación?

-Prefiero invitar a chavales de 15 años; si alguien puede arreglar este desaguisado son ellos. Están a tiempo de comprender que cuando la mitad de la riqueza del mundo está en manos de ocho personas, culpar a los inmigrantes de todos nuestros males es una barbaridad; de comprender que los inmigrantes son muy subversivos, porque dejan en evidencia lo que está podrido en el sistema capitalista.

-Para preparar ‘Carne y arena’, ¿también entró en contacto con refugiados en Europa?

-Sí, estuve en Catania, en Sicilia, y vi dos barcas llegar llenas de gente. También estuve en la barca en la que hace dos años murieron 720 personas. Entrevisté a gente de Siria, de Egipto, de Eritrea... Y me di cuenta de que sus historias son exactamente las mismas que las de los mexicanos y los sudamericanos. Nuestro desierto es como vuestro mar. En ambos sitios la gente se hunde, y también se hace invisible.

-¿Ha tenido usted dificultades para cruzar la frontera alguna vez?

-Constantemente. En el año 2003, tuve un problema con la ley estadounidense por conducir de forma temeraria en Menfis y desde entonces, y ya han transcurrido desde entonces más de 13 años, cada vez que intento pasar un control, ya sea en una carretera o en un aeropuerto, me someten a revisiones especiales a pesar de ser un inmigrante de primera clase. ¿Puedes imaginar qué trato ofrecerán a los demás? Y algunos de esos policías me tratan a patadas.

-¿Qué efecto espera que la instalación cause en las personas que la experimenten?

-Me gustaría que les hiciera entrar en contacto con la realidad de otros seres humanos. Eso, como sociedad, nos falta. Le pongo un ejemplo. Hace unos días estuve en Milán, donde estrenaré Carne y arena próximamente. En un escaparate vi expuesta una silla preciosa, y al lado de él, a un hombre de mi edad que pedía limosna. Entré en la tienda a preguntar por el precio de la silla. Valía 110.000 euros. Y cuando intenté sentarme en ella, casi me echan del establecimiento. ¿No sería mejor usar ese dinero para construir una escuela en África? ¿En qué mundo vivimos?