¿Hay algo peor que en un concierto te caiga un tonto a tu lado? Sí, que te toquen dos. Y aclaro: dos tontos en un concierto son aquellos que pagan la entrada para no escuchar al artista sino para parlotear como loros molestando a quienes sí desean disfrutar de la música; aquellos que si les llamas educadamente la atención te salen con la vaina de la libertad de expresión, confundiendo el culo con las témporas. En fin, al lío.

Niño de Elche, ese ¿cantaor? disidente, periférico, escapista, heterodoxo y genial, estuvo el sábado en Las Armas presentando su doble y reciente disco Antología del cante flamenco heterodoxo, performance incluida, pues antes de empezar la actuación, y a la vista de los espectadores, se despojó de su ropa de calle para calzarse un traje oscuro de tres piezas, con camisa blanca, y vestir, en un acto de meditada y lúcida impostura, a la manera de los cantaores de antaño.

Aclaró luego sobre el título del disco, y consecuentemente sobre el contenido del concierto, que tenía claro el significado de antología, pero muy poco el de los vocablos flamenco y heterodoxo. Toda una declaración de intenciones, sin duda. Aunque de una cosa sí está seguro: sabe qué no es el flamenco: un género o estilo inamovible, cartesiano, lineal y cerrado; tampoco es patrimonio exclusivo del sur de España, como han intentado vendernos repetidamente. De ahí, por ejemplo su aproximación a Lorca (escritor asociado históricamente a lo jondo) desde perspectivas tan poco canónicas como las de George Crumb, Shostakóvich y Tim Buckley. ¿Se van haciendo una idea?

El en el disco Antología del cante flamenco Niño de Elche da varios revolcones (bien en forma o contenido) a las taxonomías flamencas; es un trabajo pensado desde una sólida base conceptual y armado con la voluntad de alejarse del lugar común. No es, en ocasiones, de escucha sencilla, aunque tiene la ventaja de que puedes degustarlo de forma aleatoria, haciendo pausas, volviendo a escuchar una pieza cuyos matices no has captado… Pero llevado al directo es otra cosa, claro.

Acompañado por Raúl Cantizano, guitarrista que le tiene bien pillado el pulso al cantaor y al que no asustan las búsquedas, y por Susana Hernández, teclista y DJ, Niño de Elche configura el concierto con una selección de 13 piezas del disco (más un bis) y un planteamiento que requiere la atención y la complicidad del espectador. Sólo así, dejándose llevar por esa especie de misa (otra impostura) laica flamenca y felizmente herética, por ese ritual ascendente que en ocasiones te encoge las tripas, asumes toda la dimensión de la propuesta. Niño de Elche, como un actualizado Niño Jesús de Praga, reparte indulgencias entre los fieles; pero no con bendiciones, sino a hostias, Hostias revulsivas, creativas, cismáticas. Una celebración cerrada festivamente con El tango de la Menegilda, Fandangos y canciones del exilio, Caña por pasodoble de Rafael Romero El Gallina y Rumba y bomba de Dolores Flores.

Decía fosforito, contra toda creencia académica, que el flamenco lo han hecho los cantantes. Niño de Elche es paradigma de constructor flamenco (o lo que sea) del siglo XXI. Y que ladren los que tienen que servir.