Toros de Luis Algarra para Ricardo Torres (ovación y ovación tras dos avisos); Alberto Álvarez (ovación y oreja) e Imanol Sánchez (oreja y ovación tras petición). Un tercio de entrada.

Gran corrida de Luis Algarra la lidiada ayer en el coso de La Misericordia para festejar el día del patrón San Jorge. Un lote con cinco años bien cumplidos de media y con todo abundante y en su sitio. Bien rematado por la culata, superiormente encornado y con un fondo de bravura que expresó en mayor o menor medida y en según qué manos.

Destacaron los toros lidiados en los lugares cuarto y quinto. El sexto equivocó de salida a casi todos excepto a Diego Ochoa, un gran picador que inexplicablemente no está el circuito de los elegidos.

Parecía que se había excedido sí, pero resultó que si no es por los dos sopapos que le diñó, Imanol Sánchez habría tenido que pasar un quinario. Porque el toro tenía carbón y el de Pedrola fue a él sin tener un plan, por lo épico, inmerso en una porfía tan entregadamente generosa como carente de la estructura para armar un argumento coherente.

Y el toro se fue descomponiendo a cada muletazo y terminó protestándole la estocada tanto que impactó con su arboladura en el pecho cuando se produjo el encuentro, ese cruce que dicen la suerte o la muerte.

Antes, en su primer turno, había obtenido un trofeo como premio a una actuación prototípica en él, hecha a martillazos en la fragua, todo pasión.

Más sosegado, impertérrito diríase, el toreo del ejeano Alberto Álvarez. Escalofriante el pase cambiado por la espalda con el que inició la faena a su segundo antes de amasar lentamente una labor templadísima, derecheante y muy por abajo que certifica el grado de madurez de un torero cuajado y con gran oficio.

Antes había sido volteado feamente por su primero al rematar una serie. Mientras el torero quedaba noqueado, el toro saltaba al callejón.

Pero la sorpresa mayúscula vino de la mano de un Ricardo Torres que apenas se viste de luces. ¡Cómo ligó los muletazos por el pitón derecho en las primeras series a su segundo toro!

Torres firmó una labor compacta en la que administró con gran lucidez y eficacia terrenos y tiempos, siempre a favor de toro. Lástima el descalabro con la espada porque aquello tenía todo el aspecto de un triunfo sonado.

Claro que ya lo había apuntado en el que abrió plaza, un toro noblón pero sin emoción ninguna que apenas fue picado y que llegó mortecino a la muleta. Él lo vio a las primeras de cambio con el capote: el pitón bueno era el izquierdo. Y lo exprimió al máximo.

¿Cómo es posible que sin apenas torear tenga el radar tan afinado? Un misterio dentro en un enigma y envuelto en una incógnita. Una agradable revelación en una tarde en la que se hizo el toreo con gran dignidad.