La temporada taurina en Zaragoza se inauguró ayer con una corrida concurso de ganaderías que, a la postre, resultó decepcionante pues tan solo se otorgó uno de los premios previstos, el correspondiente al mejor picador que recayó en Pedro Iturralde por su labor en el sexto toro.

Desiertos quedaron los destinados el toro más bravo y al mejor lidiador como en yermo páramo se escenificaron las tareas de Rafaelillo y Alberto Álvarez.

El murciano, en su línea elusiva y regateadora con los toros, acostumbrado a transitar por un campo de minas, precavió en exceso con el de Partido de Resina, un toro que siempre se volvió hacia las tablas y buscó en exceso la puerta de chiqueros. El toro no quería y el torero no discutió.

Con el de El Ventorrillo vendió guerrilla de exagerado aspaviento cuando no era para tanto. El toro, claro que sí, fue altón y muy ofensivo de encornadura, cobardón y de arreones imprevisibles y tempestuosos. Rafael no se metió con él. Apenas si le anduvo por la cara después de que el toro derribara geniudo, que no bravo, al caballo de Esquivel. Cuando nos dimos cuenta ya le había diñado un golletazo y una entera que valieron.

En ese inmenso ruedo que tan poquísimo les cunde a los toros, Alberto Álvarez sorteó un animal de Cuadri que era una pintura cuando se hizo presente pero que, a pesar de la nobleza que se le intuía, no pudo sostenerse para desarrollarla. Una lástima porque el ejeano largó percal con infinito temple. En segundo turno apechugó con un barrabás de Flor de Jara que convirtió el garito en un reino anárquico, sin orden, reglas ni protocolo.

Sin picar, se banderilleó en el centro del ruedo para quedarse luego escondido en la mata a la espera de cazar lo que pudiera. Y le echó mano a Álvarez, por fortuna sin llegar a herirle. A cada paso, no pase, los tendidos se convertían en un ay pues el cárdeno se quedaba a mitad y soltaba el zarpazo. Una prenda.

Mientras, el valenciano Román, se llevó el lote y a fe que sus dos toros pusieron de relieve sus carencias.

El de Alcurrucén, precioso de estampa, extraordinariamente prototípico en lo Núñez, descolgado de carnes, abrochado de cuerna y armónico, fue un animal de ensueño al que le faltó energía.

Sus embestidas, humillando con ritmo y excelente son se adivinaron ya en el capote. No fue escandaloso en el caballo pero luego puso el triunfo en la muleta de un Román que no supo catar la magnífica clase del toro de los hermanos Lozano. Perdimos todos: el torero y su cliente.

De postre le aguardaba un bombón de Ana Romero que fue puro almíbar en su muleta dubitativa. No lo vió y cuando quiso darse cuenta las luces se habían apagado y con ello su oportunidad de haber dado un empujón a su carrera. Ojo, aunque tiene la moneda para cambiarla.. pero ¿cuando?.

Y para hoy, cartel interesantísimo: Curro Díaz, Paco Ureña y Ginés Marín ante una corrida de Luis Algarra.