Los países son colores, recuerdos, sabores, futuro, calles, nombres, amigos, canciones. Los países son lo que recuerdas y lo que deseas, son lo que amas y lo que odias. Son sus días y sus atardeceres. Son sus carreteras, sus rincones, sus montañas y las noches en vela. Mi país es Teruel, donde con cuatro años me dispongo a dejar que se empañe mi percepción de que la vida está ausente de dolor: todavía recuerdo mis lágrimas cuando vi cómo se despeñaba acueducto abajo aquel primer regalo importante que mis padres acababan de hacerme. Mi país es Teruel, sus atardeceres rojos y los amigos que todavía no tengo. Son los pájaros de fieltro que recorta mi abuela en las tardes de invierno y las palabras que escucho sobre ese Aragón que todavía no existe. Mi país es Zaragoza, donde aterrizo con seis años, y donde al cabo del tiempo aprendo a vivir dos vidas, quizá más. Mi país es feminismo, gritos en la calle, cine club, canción protesta, noches, y al grito de "Aragón ye nazion" pensar que hay un futuro capaz de anestesiar un pasado feo y demasiado oscuro. Mi país es Villanúa y Canfranc: su estación, las verbenas y los primeros amores en aquellas noches heladas de julio. Mi país vuelve a ser Canfranc: su estación, ahora vacía y cada día más abandonada, y las noches en Hecho, donde alguien nos canta en aragonés y nosotras, mis hermanas y yo, soñamos con un Aragón que es inmenso, como un padre increíble, que cada noche nos roza las mejillas para ayudarnos a dormir. Mi país es Peña Forca y los Mallos de Riglos y San Juan de la Peña y todos los sueños que imaginé mientras atravesaba Los Monegros en busca de un dios inexistente. Mi país es mi madre y también son las tardes de invierno y las castañas a la vuelta de la esquina y los conciertos en las plazas de los pueblos: interminables tardes donde Carbonell, La Bullonera y mi padre nos enseñaron palabras y sentimientos que de verdad valían la pena. Y son los gritos de libertad que se filtraban por todas las esquinas en aquella mañana de abril, en la que miles y miles reclamaban un anhelo, el de la autonomía y el autogobierno para Aragón. Y mi desencanto hacia aquellos que no supieron amar Aragón, porque unas siglas políticas eran mucho más que el sueño de ser Aragón. Y seguimos creciendo, inevitablemente, y lo hicimos con la niebla y el cierzo y con el Ebro pegado a nuestros pies. También con el Pilar y con su túnel de los deseos, donde deseé todo lo que no se puede desear. Mi país, poco a poco, se fue convirtiendo en mi vida e inundó las páginas de los libros, los que escribí, y los que otros escribieron por mí. Mi país son las noches en Casa Emilio y es el fuerte de Rapitán, donde nos creímos libres y felices, y aquella tarde noche de un 20 de septiembre de 2010 en la que, ante la entrada del Palacio de la Aljafería, fui una voz más entre una multitud que sin quererlo me llevó hasta mis mejores recuerdos. Mi país son muchas cosas bellas y otras que no lo son tanto, más bien nada. Mi país es política, es CHA y un miedo infinito a que las palabras nos excedan y se desvanezcan. Y ganas de gritarle al viento que fuimos y seremos, pero que sobre todo somos. Mi país no está en venta, porque los que ya no están a mi lado me enseñaron que aquello que se ama no tiene precio. Mi país es verdad y el deseo de sentirnos vivos, a pesar de que a veces falten las ganas y sobren los motivos para huir. Mi país eres tú.

En recuerdo a mi padre.