Pelea. Domina. No sientas. Ten firmeza. Eran algunos de los textos bordados con hilo rojo en la serie de imágenes inacabadas, aunque perseverantes en su construcción formal y simbólica, que Antonio Fernández Alvira (Huesca, 1977) presentó en la exposición individual Masculinity (sala Juana Francés, 2008). Se trataba de desmontar, o al menos poner en crisis, la hegemónica concepción masculina de la historia y de sus falsos estereotipos con el ánimo de participar activamente en la necesaria revisión crítica y teórica de la masculinidad. Frente al dominio, violencia y fortaleza viril impuestas por el patriarcado en el poder en forma de creencias y costumbres, Antonio Fernández Alvira quiso mostrar la vulnerabilidad en las imágenes de su cuerpo desnudo, cuya identidad fijó sobre el papel, dibujándola primero y después bordándola con hilo rojo.

En torno al año 2014, Antonio Fernández Alvira inició un nuevo proyecto con el propósito de profundizar en los mecanismos del poder que nos determina a nivel individual y colectivo. De tal modo que las imágenes de cuerpos, ropas y comportamientos que fijan nuestra identidad desde el nacimiento fueron cediendo a las imágenes de arquitecturas, expresión y envoltorio de nuestro ser político y social, una nueva construcción que Fernández Alvira se propuso cuestionar e interrogar. Todo lo que parecía indestructible, estable e inamovible se derrumba en sus esculturas e instalaciones que construye y destruye para llegar a la ruina, y al accidente.

Las primeras obras las presentó en el Centro Párraga (Murcia, 2014) y las últimas en la colectiva Fragmentos de la eternidad. Poéticas en torno a la ruina, en la Fundación Chirivella Soriano de Valencia, abierta hasta el próximo 14 de enero. Importante fue su individual La dernière lueur en la Chapelle des Calvairiennes, en la localidad francesa de Mayenne y, casi coincidente en fechas, a finales de 2016, presentó en la Sala de la Campana del Museo de Huesca la instalación El último resplandor que remitía a la historia a través de la leyenda de la Campana de Huesca, inserta en el imaginario del artista. Su casa familiar está muy cerca del museo, adonde regresó, y en la zona de la sala donde las piedras del suelo dibujan un círculo que recuerda el lugar del suceso dispuso su obra, acorde con las líneas de investigación que identifican su trabajo, centrado, como hemos anotado, en la construcción teatralizada que enfatiza mediante el empleo de papel y acuarela para reproducir las calidades de la madera y el uso de escenográficos claroscuros. Trampantojos visuales cuyo mecanismo es de naturaleza conceptual. La leyenda y el lugar al que está ligada se convirtieron en símbolo de la ciudad de Huesca, un lugar de extrañamientos para Antonio Fernández Alvira desde su niñez. No rebelarse al poder es el mensaje de la leyenda anclada en la historia. Y aquella campana ejemplifica la creación de tantas imágenes con las que se transmiten mensajes capacitados para crear símbolos de lo que se considera inamovible. Del eco de la leyenda surgió la instalación, atenta al periodo convulso que en la actualidad se vive: lo que se considera incuestionable se desmorona. Fernández Alvira ocupó el lugar del sangriento episodio con restos arquitectónicos de estructuras ligadas a imágenes del poder, una escenografía de la ruina en la que los elementos decorativos identificaban la arquitectura del lugar. Cornisas, arcos, columnas... yacían despojados de su función y lo que parecía eterno e inamovible descubría su fragilidad, desposeído de todo aquello que un día simbolizó. Los fragmentos sólo eran restos. Varios focos iluminaban la instalación. Fin de la representación. La realidad, sin embargo, insiste en lo contrario.

La arquitectura, anota Deyan Sudjic en su libro La arquitectura del poder. Cómo los ricos y poderosos dan forma a nuestro mundo, refleja las ambiciones, las inseguridades y las motivaciones de los que construyen y, por eso, ofrece un fiel reflejo de la naturaleza del poder, sus estrategias, sus consuelos y su impacto en los que lo ostentan. El asunto pendiente en la actualidad, señala, es cómo construir una identidad local o empresarial en una era de incertidumbres en la que, pese a todo, la arquitectura no ha perdido su valor simbólico.

Todos estos temas preocupan a Antonio Fernández Alvira, inmerso desde hace unos meses en un nuevo proyecto: realizar un mapeo de aquellos elementos del lenguaje arquitectónico que a lo largo de la historia se han repetido para construir el discurso del poder. Se trata de profundizar en la reflexión sobre los espacios del poder y en el tipo de relaciones que en ellos se establecen, así como en la permanencia de referentes formales y estilísticos que se repiten, con el ánimo de insistir en los valores inmutables y eternos que los sustentan en el tiempo. Para qué reinventar si todo está ya inventado en la escenografía del poder: columnas clásicas, arcos, cornisas, pirámides, enormes basamentos, grandes pórticos, escalinatas, cúpulas transparentes, elementos decorativos inútiles...; como mucho cabe dar un toque de modernidad que ponga al día símbolos, imágenes y decorados; estrategias de la arquitectura que, insiste Sudjic, contribuyen al refuerzo ideológico del poder y al importante papel de la arquitectura en la formalización física de la propaganda contemporánea. Porque, sostiene, la arquitectura no cambia, siempre tiene que ver con lo mismo: con el poder, la gloria, el espectáculo, la memoria, la identidad y las preguntas primordiales. Antonio Fernández Alvira se dispone a analizar las claves de la arquitectura del poder con obras nuevas que, todavía hoy, están en fase de estudio.