Resulta inevitable comparar la meticulosidad y el mimo artesanal con el que el protagonista de El hilo invisible, Reynolds Woodcock, diseña cada una de sus creaciones, con la perfección exquisita con la que Paul Thomas Anderson compone cada uno de sus planos. Los dos parecen regirse por una misma pasión revestida de precisión enfermiza y, por eso, la minuciosidad y el detalle terminan por erigirse en sus máximas artísticas y expresivas. Como buena gran obra de alta costura que es, cada pliegue de El hilo invisible parece estar confeccionado con tiralíneas. Cada silencio, cada mirada, incluso cada objeto, cada pespunte, adquiere un significado al principio enigmático para más tarde convertirse en revelador.

Adentrarse en esta película supone toda una experiencia fascinante. Por fuera nos encontramos con una pieza de cámara de una portentosa belleza estética que recuerda a la magnificencia barroca de Visconti y a la fluidez envolvente de Ophüls. Por dentro, toda esa fachada de armonía y delicadeza se convierte en un cuento gótico perverso que gira en torno a las relaciones de poder dentro de la intimidad amorosa.

Paul Thomas Anderson siempre ha situado en el centro de sus relatos una figura masculina totémica y dictatorial alrededor de la que gira absolutamente todo. Aquí, su Reynolds Woodcock se convierte en el tirano de la función. Carente de sentimientos, ególatra y déspota, solo sabe dar órdenes y ejercer el control sobre aquellos que lo rodean. Lastrado por el complejo de Edipo, concibe a la mujer como un ente sumiso y manipulable. Los peores vicios de la masculinidad tóxica parecen encarnarse en ese ser hermético y terrible, pero tanto Paul Thomas Anderson como Daniel Day-Lewis (en la que podría considerarse su obra cumbre interpretativa) intentan no reducir al personaje al mero cliché, recubriéndolo con un sinfín de matices y contradicciones. Así, su tour de force con la mujer que intenta someter pero que acaba rebelándose (qué descubrimiento el de Vicky Krieps), supone un retorcido acercamiento a la guerra de sexos contemporánea y al alzamiento del feminismo como fuerza redentora.

El director zurce todos los elementos con los que compone esta historia de amor malsana para configurar un collage lleno de texturas en el que convive el melodrama romántico, el horror psicológico, la comedia negra y el suspense, y usa el mundo de la moda para introducirnos en un universo cerrado de pasiones ocultas. El hilo invisible es una película aparentemente fría, pero de fondo arrebatado, de apariencia clásica, pero espíritu profundamente moderno y rompedor.

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El hilo invisible

Paul Thomas Anderson