Su nombre es Christine McPherson, pero solo responde cuando la llaman por su apodo, Lady Bird. Tiene 17 años y como buena adolescente está enfadada con el mundo y se halla en perpetua rebelión contra él. Odia el colegio religioso al que le obligan a ir, tiene constantes broncas con su madre, se avergüenza en secreto de su familia por ser de clase trabajadora y, por encima de todo, detesta su ciudad, Sacramento, en la que asegura que nunca pasa nada. Se trata de la ópera prima en solitario de la estadounidense Greta Gerwig. La película con la que la hasta ahora actriz y guionista ha entrado a formar parte de la historia del cine al convertirse en la quinta mujer nominada en la categoría a mejor dirección en los Oscar, que se entregan el 4 de marzo. Pero quizá, lo más importante, es que Lady Bird ha supuesto el descubrimiento de una voz profundamente personal, capaz de transformar una película en apariencia repleta de tópicos alrededor de la edad del pavo en un pequeño prodigio de sensibilidad en torno al descubrimiento y a la reafirmación de la propia identidad.

VIVENCIAS PERSONALES

En ella, la directora vierte sus propias vivencias cuando era una joven con la cabeza llena de pájaros a la que le gustaba bailar y escribir en la aburrida Sacramento. Y aunque no llevara el pelo rosa (como sí luce Saoirse Ronan, su álter ego), ni le contestara tan mal a su madre (Laurie Metcalf, un hallazgo a sus 62 años), el carácter autobiográfico de la propuesta y el vínculo íntimo que la directora establece con su personaje lo impregna todo hasta dotarlo de un carácter emocional y nostálgico especial.

En realidad, Gerwig había practicado algo parecido con anterioridad a través de su personaje más célebre, Frances Ha, que ya era un trasunto de su persona. Una Lady Bird en versión adulta que aún no había encontrado su sitio y que terminó convirtiéndose de forma involuntaria en símbolo de una generación repleta de inseguridades que se había quedado estancada por culpa de la crisis. En Lady Bird nos situamos en un panorama diferente. Estamos en el 2002. La sociedad estadounidense no se ha recuperado de los atentados del 11-S y una sensación de incertidumbre flota en el ambiente. La misma comezón que tiene Christine cuando piensa en su futuro.

La directora nos acerca a las preocupaciones de la joven a través de los moldes de la coming-of-age o filme de instituto: el baile de graduación, las peleas entre las amigas, el enfrentamiento con los padres o la pérdida de la virginidad. Y ahí es cuando hace fácil lo más difícil: que unas peripecias aparentemente intrascendentes se carguen de significado para adquirir un carácter universal y, a partir de ahí, hablar de temas complejos como la necesidad de aprender de nuestros errores, la presión social en torno al éxito y al fracaso y la inutilidad de renegar de nosotros mismos y de lo que nos define.

MESES INTENSOS

Han sido unos meses intensos para ella. En septiembre presentó su cinta en el Festival de Toronto y a partir de ese momento hubo casi total unanimidad a la hora de calificarla como una de las obras más sensibles y especiales de la temporada. En los Globos de Oro fue la sorpresa al alzarse con dos galardones, el de mejor comedia y el de mejor intérprete (Saoirse Ronan). Y el reconocimiento de la cinta ha culminado con las cinco nominaciones a los Oscar, entre ellas mejor dirección y mejor guion. Por el camino ha tenido que renegar de su padre espiritual, Woody Allen, mientras pasaba de ser musa indie a una de las máximas activistas del feminismo mainstream. Sus detractores aseguran que, si no llega a ser por el clima reivindicativo instaurado en Hollywood tras el escándalo de Harvey Weinstein, la película no habría tenido tanta repercusión, algo que se desmonta por completo si tenemos en cuenta que Lady Bird se ha convertido en uno de los sleepers de la temporada y ha cautivado al público americano.

Y es que, para bien o para mal, Gerwig ha hecho de la naturalidad toda una marca de estilo. Su Lady Bird, a golpe de transparencia y cercanía, es toda una declaración de principios frente a la impostura y las ansias de modernidad del cine de autor actual.