Para Javier Bardem ser actor significa "crecer y olvidar". Esa reflexión la hizo ya sin tensiones ayer por la mañana a un grupo de periodistas una hora antes de recibir el Premio Nacional de Cinematografía, que le fue entregado por el ministro de Cultura, César Antonio Molina, en el marco del festival de cine de San Sebastián. "Lo tomo para entregárselo a toda la gente de la profesión a la que debo tanto y rindo pleitesía", declaró el ganador del Oscar al mejor actor de reparto por No es país para viejos.

Ante él, deslumbraba la feliz mirada de su madre, la actriz Pilar Bardem, en la primera fila y bien arropada por Juan Diego, Antonio Banderas, y Jonathan Demme. El protagonista de la recién estrenada Vicky Cristina Barcelona se quedó sorprendido cuando supo que le concedían este reconocimiento. "Puede que quede pedante, pero fue por humildad. Uno representa a un oficio que pertenece a muchos. Que me elijan es considerar a la interpretación un símbolo de la cultura. Desde la época de los griegos la actuación es el espejo de cada sociedad".

Hace cinco años que no rueda en castellano, que su carrera gira en la órbita de los contratos llenos de claúsulas. "Soy un actor español. Creo que en la película de Woody Allen se nota lo mucho que disfruto hablando en mi idioma". No lo hacía desde Mar adentro. "Trabajar en España es muy difícil, incluso para mí. Por la razón que sea, hay gente a la que no le gusta mi trabajo o que me consideran feo, o que me quieren jubilar o que piensan que voy a pedir 50 aviones privados. La gente hace sus cábalas, sin tener en cuenta lo que una persona siente, y contra eso no se puede hacer nada".

Insiste en lo difícil que es ser honesto en la vida. "Imagínate en un trabajo en el que debes mentir, romper con las reglas sociales si de verdad quieres encontrar la profundidad del personaje". Asegura que la primera vez que leyó el guión de Vicky Cristina Barcelona, las manos le temblaron. "Un texto de Allen enseguida genera imágenes en la mente del actor". Al intérprete todavía le sorprende la rapidez y la sencillez con que rueda el cineasta neoyorquino. "No se aproxima desde la intelectualidad sino desde la inocencia".

Según él, jamás alteró un diálogo. "Es algo difícil cuando ruedas en un idioma extranjero. Yo no voy a reescribir a Allen. El efecto de improvisación y de naturalidad es mérito de cómo concibe a los personajes". En la traducción al castellano, muchas frases se pierden. "Pero la razón por la que no he participado es porque no poseo ni el oído ni la técnica de doblaje", concluyó.