Lo tiene claro. Todos somos Juan Urbano. O al menos, todos tenemos una parte del protagonista de su última novela. Un profesor en excedencia que, de repente, ve como le despiden de la radio en la que colaboraba y del periódico en el que escribía. "Me parecía una deslealtad no situarlo en la España actual, de los despidos, de las angustias y los enemigos invisibles", arranca Benjamín Prado al hablar sobre su última novela, Ajuste de cuentas. "La invisibilidad cambió de bando--prosigue--. Antes los invisibles eran los pobres, porque se quería dar una sensación de prosperidad, de futuro y de brillo; y ahora los invisibles son los ricos, que se ocultan tras nombres enigmáticos como los mercados, el Ibex, Bruselas...".

Juan Urbano, tras quedarse sin ingresos y con una alarmante falta de creatividad para escribir, recibe una oferta tentadora. El oscuro empresario y banquero Martín Duque acaba de salir de la cárcel y le propone que escriba una amable biografía sobre él. "Quería hablar de la famosa España del pelotazo y de la beautiful people, aquel momento en que los modelos a seguir eran gente cuyo apostolado decía que había que ganar dinero a toda costa. El fin justificaba los medios y cualquier cifra de más de tres ceros valía más que mil palabras y sobre todo más que mil razones morales y principios. Y nos olvidamos de que la inmoralidad suele ser la base del dinero sucio, que siempre surge del dinero fácil".

CRISIS GLOBAL Duque es un ejemplo de esa España que ha acabado por llevarse por delante el sueño de muchas personas como Juan Urbano: "Cometió el exceso de optimismo de que podía pedir una hipoteca y una excedencia y, como tanta gente, se lo ha comido la realidad", explica Prado, que apunta con precisión: "La crisis está tocando a casi todas las puertas, es imposible no conocer a nadie de tu entorno más cercano que no tenga graves problemas, que se haya visto preso de todo aquello que quería poseer. España era el país con más índice de propietarios de toda Europa, creíamos que teníamos una casa y ahora resulta que la casa es la que nos tiene a nosotros. Los bancos son tus dueños. Este es el mundo en el que vivimos y habrá que replanteárselo", dice con rotundidad antes de situar el punto de mira en la situación actual: "Estoy indignado como tanta gente. No hay derecho a que tantos millones de personas en el mundo sufran porque no tienen de esos papelitos que se hacen con una máquina que es el dinero. Si faltaran materias primas, agua, vegetales... entendería que la gente pasara hambre o sed pero no solo porque ese siniestro mecanismo del dinero que han puesto en marcha el neoliberalismo y el capitalismo se dosifique de manera inadecuada. ¿Hay derecho a que alguien sufra por ese motivo? Y a mí me extraña muchísimo, yo no lo deseo, que no aparezcan todos los días cuatro cajeros quemados en cada calle porque el proceso de usura que se ha desatado de manera incontrolable nada más que para tener a la gente sometida y pasarla de la muy noble condición de mano de la obra a la menos noble condición de bestias de carga".

Precisamente, esa situación lleva al protagonista de Ajuste de cuentas (que ya lo fue de Mala gente que camina y Operación Gladio) a un dilema moral. La España del pelotazo, según el autor, es la que ha dejado esta situación: "Planteo la duda de que hasta qué punto hemos sido cómplices de nuestro propio asesinato por ser demasiado cándidos. Algo que yo lo comprendo, este es un país que venía de un atraso de 40 años en todos los aspectos y había mucha prisa por hacer borrón y cuenta nueva y ser alemanes, franceses o ingleses. Mucha gente caímos en la trampa del futuro a cualquier precio. Nos pudo la avaricia y la ingenuidad", dice con sinceridad el autor que va más allá: "El problema es que hemos llegado a ese punto en que por primera vez, desde los 60 en plena dictadura todavía, no le vamos a dejar a nuestros hijos un país mejor que lo que recibimos".