La Filmoteca de Zaragoza ha tenido la excelente iniciativa de programar un completo ciclo de Ingmar Bergman y ahí estamos los bergmanianos, todavía legión, gozándola de lo lindo en la sala del Palacio Morlanes.

Del maestro sueco, hoy, sigue perdurando todo. Es cierto que algo indefinible, como una pátina, o la extinción de algunas referencias o arquetipos impide afirmar que por sus cintas no haya pasado el demoledor transcurso del tiempo, pero lo mismo podría o podrá decirse de las películas de Buñuel, Truffaut o Woody Allen, por citar algunos de sus equivalentes o discípulos.

Con todo, volver a ver películas como El séptimo sello, El manantial de la doncella o El ojo del diablo es regresar al origen, a la raíz misma de una manera de hacer cine tan pura como el teatro del que el propio Bergman procedía. Cuadros, escenas en blanco y negro donde la luz tiene una importancia máxima, litúrgica, y se transforma en espíritu del arte cuando ilimna el rostro de Bibi Andersson o el perfil de Max Von Sydow. Diálogos que parecen cincelados con un lápiz de plata, tan exactos como fórmulas demostrativas del interior de los personajes, despejando una incógnita tras otra bajo el denominador común de argumentos que tampoco se parecen a ninguno otro escrito o rodado hasta la fecha.

Bergman se inspira y trabaja con asuntos y temas esenciales, universales, pero ese amor ecuménico, esa pasión animal, esas muertes, la barbarie del hombre, su miseria, su arrepentimiento y aflicción afloran en el ambiente cotidiano de una aldea medieval o en el decorado de un imaginario infierno donde el mal tratará por todos los medios (a través de recursos humanos, sobre todo) de conquistar nuevas parcelas a ese melifluo y vicario bien que tan convencido está de implantarse en la tierra.

Volver a Bergman es tornar al principio de la narración en imágenes, cuando un arroyo era un arroyo y podíamos casi sentir la frescura del agua entre las manos hasta que una sombra se cernía sobre la pantalla para advertirnos que comenzaba el conflicto. El silencio de Bergman es el silencio, su angustia es la angustia, su inmersión en los infiernos del hombre es el maniqueísmo de alma atrapada en un cuerpo bello y voraz.

Bergman al desnudo en la Filmoteca de Zaragoza. Todavía quedan sesiones, No se las pierdan.