El año pasado la comunidad afroamericana de Hollywood se levantó en pie de guerra por la ausencia de nominaciones durante dos ediciones consecutivas de directores, actores y actrices de color. El hastag #OscarSoWhite se popularizó en la red para denunciar el desprecio de la Academia por las minorías raciales.

Un panorama muy diferente al que encontramos en una temporada de premios que parece erigirse con toda la fuerza del black power a través de una serie de propuestas de la más diversa índole que precisamente parecen querer reivindicar a través de los relatos que cuentan, los derechos de los afroamericanos a lo largo de la historia de los Estados Unidos.

La mayor parte de estas películas se encuentran en la línea que instauró Steven Spielberg en El color púrpura. Es decir, adaptaciones de bestsellers autobiográficos o basadas en hechos reales que intentan poner de manifiesto las injusticias a las que fueron sometidos sus protagonistas al mismo tiempo que se establece un mecanismo de crítica social en torno a la exclusión y el racismo. No apelan a figuras icónicas como Malcolm X o Martin Luther King, sino que rescatan del olvido a individuos anónimos que a través de su lucha cotidiana lograron establecer algún tipo de referente a la hora de saltarse las normas de opresión a las que estaban condenados dentro de la sociedad.

Es el caso de Figuras ocultas. Basada en un libro de Margot Lee Shetterly, la película se centra en una serie de mujeres afroamericanas con una mente privilegiada para las matemáticas que estaban contratadas para la NASA, pero a las que no se les permitía ascender a cargos de responsabilidad a pesar de estar mejor capacitadas que el resto de sus compañeros. Se las tenía relegadas en un área a varios kilómetros de la sede y debían utilizar baños y comedores diferentes. Un aislamiento casi absoluto hasta que tres de ellas desafiaron las leyes para poner de manifiesto la incongruencia del sistema: Katherine Coleman (interpretada por Taraji P. Henson), terminaría siendo la responsable de calcular la trayectoria del Proyecto Mercury y del Apollo 11 a su llegada a la Luna en 1969; Dorothy Vaughan (Octavia Spencer), lideraría el embrionario campo de la computación aprendiendo de forma autodidacta el Fortran, lenguaje de programación de alto nivel. Y Mary Jackson (la cantante Janelle Moáne) se convertiría en la primera mujer de color en alcanzar el puesto de ingeniera titulada en la NASA. El director Theodor Melfi establece una curiosa comparativa entre los esfuerzos de los EEUU para adelantar a la Unión Soviética en la carrera espacial y el sacrificio de estas mujeres para desafiar los clichés de género y de raza en los turbulentos años sesenta. Mientras los americanos intentaban sacar pecho en el cosmos, no se daban cuenta de que la verdadera hazaña por resolver se encontraba a ras de suelo, en su propia casa.

Mientras que Figuras ocultas se sitúa en una época de cambios estructurales dentro de la sociedad americana, en Loving, la pareja interracial protagonista todavía tiene que enfrentarse a muchas barreras de intolerancia para sacar adelante su relación en los años cincuenta en el estado de Virginia. Jeff Nichols documenta de una manera sutil y pudorosa el caso real de Mildred y Richard Loving, que tras casarse y tener un hijo en secreto fueron condenados a la cárcel y obligados a abandonar su tierra por violar el estatuto antimestizaje del condado segregacionista. Tras diez años de intensa lucha y gracias a la mediación de Robert Kennedy, consiguieron que la Corte Suprema eliminara la ley discriminatoria, sentando un precedente histórico a partir de este fallo y elevando la figura de Mildred como uno de los estandartes del activismo femenino afroamericano.

Este año, también la figura del star system negro más importante de las últimas décadas, Denzel Washington, tiene película. Se trata de Fences y, además de protagonizarla, se encarga de dirigirla. Washington interpreta a una antigua figura del béisbol que, tras pasar por la cárcel, se dedica a recoger basura para mantener a su familia.

Más rezagada parece haberse quedado en la carrera de premios El nacimiento de una nación, sobre todo después de la polémica suscitada ante las acusaciones de violación vertidas contra su director, Nate Parker. Y tampoco parece tener muchas posibilidades Queen of Katwe, con Lupita Nyong’o, el biopic de una joven ugandesa prodigio del ajedrez.

Entre todo este nutrido grupo de propuestas es Moonlight la favorita para arrebatarle la estatuilla a La La Land. Barry Jenkins ha sabido entroncar con el espíritu callejero de los precursores del cine afroamericano contemporáneo, Spike Lee y John Singleton de la década de los 80 y 90, con la nueva sensibilidad actual, más lírica y poética, a través de un relato estilizado en torno a la trayectoria vital de un joven que intenta encontrar su identidad dentro de un hogar desestructurado. Una apuesta ganadora que tiene la virtud de retratar a sus personajes de una forma tan íntima como sincera, sin caer en los estereotipos, acercándonos a sus angustias con una fuerza que nace de la incomprensión, dos de las denuncias que siguen representando sin duda el cine afroamericano de ayer y de hoy.