La obra de China Miéville (Londres, 1962) no ha tenido hasta ahora en España una difusión acorde al prestigio internacional de uno de los autores más originales, políticamente comprometidos y literariamente interesantes, al mismo tiempo que reivindicativamente pulp, del género fantástico. De la mano del sello de Ediciones B Nova, en el primer trimestre llegaron a las librerías dos libros que ofrecen la oportunidad de recuperar, o redescubrir, a Miéville. La estación de la calle Perdido, pulida reedición del primer volumen de la trilogía Bas-Lag, situado en una metrópolis oscura, llena de humo y humedad, sometida a la milicia de los poderosos y poblada por razas extrañas e híbridos de hombre y máquina, y Los últimos días de Nueva París, su último título. ¿Qué sucedería si se encuentran seguidores del satanista Aleister Crowley, los nazis y André Breton en la París ocupada, y un accidente paranormal hace que estalle la Bomba S, un fenómeno que convierte en incontrolables seres animados a las creaciones más extravagantes?

Empecemos por el principio. Por La estación de la calle Perdido. ¿Nueva Crobuzón, cruzada por trenes elevados, un gran río y sus muelles, suma de barrios socialmente segregados, humo, hollín, ladrillos sucios y humedad, qué tiene que ver con el Londres victoriano? «Sí, el mayor componente de Nueva Crobuzón es Londres, pero también El Cairo, La Habana, Nueva York. Y no es solo esas ciudades, sino las descripciones literarias de estas ciudades. Es un patchwork barroco con todas las capas de pesadillas y de sueños sobre Londres que están en mi mente».

Esa ciudad supurante está poblado por hombres, por insectos humanoides que viven en enjambre y en casos extraños eligen la libertad individual (y formas de sexo rarito con los humanos), híbridos grotescos de hombre y máquina, garudas, unas gigantescas aves con un sentido muy especial de la justicia colectiva, con un torturado personaje que intenta que le reconstruyan las alas amputadas tras un juicio de los suyos por haber cometido un crimen que solo ellos entienden... Hace 16 años el miedo ante el poshumanismo, la posibilidad de transformar la raza humana con ingeniería genética o ciberingeniería, no era un horizonte tan inmediato como parece ahora. Pero aparece en La estación de calle Perdido, con terribles mezclas de hombre y máquina como castigo. «Es un peligro pero también una oportunidad, para mí no hay ningún problema ético en convertirnos en poshumanos. Las modificaciones corporales me parecen apasionantes. El peligro no viene de la intersección entre máquina y humano sino en el uso político. Aquí es una imagen del horror pero porque son víctimas de un sistema opresivo».

Los dos libros que se publican ahora en España, pese a que 16 años los separen, tienen un hilo que los relaciona. El arte. En el primero, los seres, y su abigarramiento, recuerdan al Bosco más oscuro. «Sí, el Bosco ha sido una influencia para mí pero lo descubrí a través de los surrealistas, igual que a Arcimboldo. Y para mí no hay ninguna contradicción entre los monstruos de Dragones y Mazmorras, los monstruos del folclore y los monstruos de El Bosco. No hay ninguna contradicción entre utilizar a los monstruos de la cultura pop y los de la alta cultura. Como mucha gente de mi generación descubrí todas estas cosas al mismo tiempo: y para mí no hay una línea clara que separe alta y baja cultura».

El juego de rol, dice, ha sido una influencia presente en su obra. Pero el videojuego solo ha aparecido en Los últimos días en Nueva París, una novela que nace de un videojuego que no se llegó a desarrollar. «El impulso inicial fue lúdico», afirma, como si un catálogo de creaciones surrealistas se convirtiese en un manual de monstruos de Dragones y Mazmorras». La política apareció en este caso, dice, «porque cuando construyes un videojuego necesitas un gran enemigo, y qué enemigo mejor que los nazis, con toda su ala absolutamente obsesionada por los demonios y lo paranormal, y enfrentarlos a ese grupo de surrealistas, la Main à plume, que se comprometió con la Resistencia, algunos de ellos dando su vida, mientras escribían revistas surrealistas, En principio, es una idea muy pulp», señala. Efectivamente. Un Hellboy en el museo.

Miéville, tras las «grandes divisiones» en la izquierda alternativa británica, ha dejado la política de partido por el activismo desde la revista Savage. La izquierda británica, dice, tiene un problema importante ante sí en el escenario del brexit. «Hay grupos anti-UE de izquierdas, por buenas razones, como su intervención en la destrucción de Grecia. Pero sin discusión alguna los grupos hegemónicos en la creación de la cultura política del brexit fueron derechistas y el principio organizador del movimiento fue el racismo. Ahora la izquierda tiene una difícil tarea. Tenemos que crear una visión del brexit de izquierdas, que implique mantener la acogida a los refugiados, que no suponga restricciones de derechos. No apoyamos el neoliberalismo de la UE, ni apoyamos el racismo del brexit».

Ya que hablamos de literatura fantástica, ¿el brexit es una rebelión de hobbits irritados, nostálgicos de su vieja Comarca? «Entiendo que me lo dice de forma irónica, pero hay un peligro en ridiculizar el voto a Trump y el voto por el brexit. Hay elementos absolutamente tóxicos, pero también se deben entender que mucha gente votó por ellos porque se sienten absolutamente despreciados por la clase política. Culpan a los refugiados, y es un error, pero su problema es muy real. El problema es que ese voto ha sido colonizado por la derecha».