«Creo que se puede escuchar el color, creo que se puede ver el sonido», declaró Christopher Janney (Lexington, Massachusetts, 1950), autor de la instalación interactiva Bosque sonoro para la Exposición Internacional Zaragoza 2008. El sonido musical, escribió Kandinsky en De lo espiritual en el arte, tiene acceso directo al alma; inmediatamente encuentra en ella una resonancia, porque el hombre, y citó a Goethe: «lleva la música en sí mismo». Goethe insistió en el profundo parentesco entre las artes y, en especial, entre la pintura y la música. Una relación que interesó a Novalis para quien «en ningún lado se advierte mejor que en la música que es el espíritu aquello que poetiza los objetos». Como a Kandinsky, Novalis o Goethe, la obra de Christopher Janney se asienta en la interacción entre la música, el color y la luz con el propósito de convertir sus intervenciones públicas en el espacio de la ciudad, que denomina Instrumentos musicales urbanos, en obras que inviten al espectador a activar sus sentidos. A sentir que sentimos. El sentir que sentimos ha sido, tal vez, el primer paso con el que el ser humano comenzó a tomar consciencia de sí mismo y de su lugar en el mundo, ha reflexionado Emilio Lledó. Un comienzo modesto pero firme, señala el filósofo, pues a través de los sentidos hemos asimilado el mundo y hemos iniciado la tarea de teorizar sobre él. Janney persevera en el proceso, introduciendo junto a la acción de mirar, de escuchar y de tocar, el mecanismo del juego para activar unas obras diseñadas para crear lugares en la ciudad. La arquitectura y el entorno urbano son fundamentales en la configuración de las intervenciones de Christopher Janney.

Encargos concretos

Según leemos en los textos informativos del catálogo que recoge las intervenciones artísticas de la Expo 2008, fue en 1994 cuando Janney recibió el encargo del National Endowment for the Arts para realizar un proyecto artístico que transformara lugares inhóspitos de las ciudades -casi «no lugares», podríamos decir-, en lugares. El éxito del proyecto derivó en encargos concretos. De 1994 son sus intervenciones en las plazas del Philip Johnson’s PPG Building en Pittsburgh y del Lincoln Center de Nueva York. Al año siguiente realizó la instalación Reach: New York para la estación de metro de la calle 34, cuyos sonidos e instrumentación sigue actualizalizando cada año. En 2004 Janney intervino en el Lincoln Center y en Union Square de Nueva York, y en 2005 en el Festival de Música de Bonnaroo, en Tenessee. Para la Exposición Internacional de Zaragoza 2008 diseñó una instalación cuya partitura evoca la música del mar realizada con sonidos de ballenas y delfines, y diferentes instrumentos como tambores de agua o silbatos acuáticos. La idea inicial de Christopher Janney era, que una vez finalizada la Expo, su intervención se trasladara a un lugar de la ciudad donde estuviera rodeada de edificios antiguos. Visto lo ocurrido con otras intervenciones, casi mejor no moverla de donde está aunque su emplazamiento actual, escasamente transitado, no sea el adecuado. No es una cuestión, además, que preocupe y afecte a los responsables políticos del patrimonio municipal.

El Bosque sonoro consta de 21 columnas de aluminio pulido de 2,40 m de alto y 20 cm de diámetro, que descansan sobre una base del mismo material clavada en la plataforma circular de madera de ipe, en la que se disponen configurando una cuadrícula interior. La superficie de las columnas está decorada con hojas y huellas de manos que invitan a tocarlas mientras los altavoces y fotosensores ocultos en su interior, a diferentes alturas, activan sonidos y luces, siempre diferentes. Cada cierto tiempo, cuando no hay nadie, la instalación se activa sola buscando la complicidad del paseante a penetrar en ella. Son los «fantasmas del bosque», dice Christopher Janney que propone diferentes posibilidades para intervenir, libremente o siguiendo las instrucciones de los acertijos grabados en el suelo.

En la zona superior de las columnas un foco estroboscópico evita que cesen los ritmos de luz y sonido y, finalmente, desde lo más alto una luz que apunta hacia el cielo, y es visible hasta un kilómetro y medio de distancia, se activa cuando el bosque sonoro está animado.