El Brasil más negro y el más experimental (ambos forman parte de la historia de la música popular del país) compartieron el sábado por separado el escenario de Lanuza del festival Pirineos Sur. A saber: Gilberto Gil y Hermeto Pascoal. El primero abrió la velada con el espectáculo Refavela 40, una celebración de uno de sus discos más próximos al universo africano: Refavela, publicado en 1977.

Gil, uno de los padres del Movimiento Tropicalista y toda una institución en la música brasileña, ha reunido para llevar Refavela 40 a los escenarios a un espléndido plantel de músicos (incluido su hijo Bem) e invitados (la cantante caboverdiana Mayra Andrade, el acordeonista brasileño Mestrinho y la cantante y pianista italiana Chiara). Todo eso para ofrecer una propuesta vitalista y brillante. Gil, en buena forma física y notable respuesta vocal pese a sus 76 años, dio cancha a sus invitados, compartió con ellos algunas canciones y abordó parte del repertorio en solitario (con los músicos, se entiende). Así las cosas, Mayra y Mestrinho abrieron fuego con Ilê Aiyê, siguió Mayra con No Norte da Saudade, continuó la pareja con Two Naira Fifty Kobo y después Mestrinho atacó Xamêg. Chiara entró a continuación con Samba do Aviao, de manera que cuando Gilberto Gil apareció en escena ya habían sonado tres piezas de Refavela.

El maestro casi completó el repertorio del disco interpretando Patuscada de Gandhy, la muy negroide Balafon, Refavela y Aqui e agora (con Mestrinho y Chiara). Un gozo. Más: Chiara se ocupó de Era nova; Gil, con Mayra, cantó Sandra, y Mayra nos trasladó a Cabo Verde con Compasso pilon. Siguió una interpretación coral de Sarará miolo, una estupenda versión de Three Little Birds, una canción del disco Exodus, de Bob Marley, de cuya publicación también se han cumplido 40 años, y un pretendido cierre con Babá Alapalá, todo un canto a los orishas.

Pero los espectadores querían más. Y más hubo: un glorioso cierre con Sitio do pica pau amarelo, Maracatu y Toda menina baiana. Terminaba así un gran concierto sin un ápice de nostalgia, con unas canciones que parecían haber sido escritas ayer mismo, un fluido concepto del espectáculo y unas interpretaciones excelentes.

Más, aún quedaba noche por delante. Un tiempo que ocupó ese singular octogenario marciano llamado Hermeto Pascoal, líder de una especie de Sun Ra Orchestra a lo brasileño, alquimista de esa piedra filosofal que configuran músicas de procedencias diversas y sonidos extraídos de objetos como juguetes y otros artilugios. Hermeto y su compinches (varios hurras por el pianista y el percusionista) facturaron una actuación espectacular en la que entraron en juego el jazz de tonalidades diversas, el folclore reformulado y envolventes atmósferas de difícil taxonomía. Todo, aderezado con saludable ironía. Así, por ejemplo, escuchamos lo que bien se podría calificar como una revisión verbenera de Sketches Of Spain, de Miles Davis. Revulsivo.

UN VIERNES QUE PARECÍA LUNES

Velada discreta el viernes en Lanuza, protagonizada por K.O.G & The Zongo Brigade, formación liderada por Kweku, ghanés afincado en Inglaterra, y el rapero español Tote King. K.O.G & The Zongo Brigade ofrece lo que se podría definir como afrofusión; o sea, un conglomerado de highlife de Ghana, afrobeat nigeriano y otros meneos transculturados del continente negro. Propone su mosaico sonoro con energía, pero con cierta indefinición y dispersión, pues al grupo aún le queda recorrido para afinar lo que quiere contar y cantar. Tal vez el escenario de Sallent de Gállego habría sido más apropiado para acoger a este grupo.

Tote King, por su parte, acompañado en el micrófono por Shotta y por DJ Nexxa en los platos, no logró conectar con el público. Tote sobresale por sus textos, pero estos no llegaron bien a los espectadores; el DJ, por su parte, no facilitó mucho las cosas, y, finalmente, el escenario de Lanuza es un espacio muy especial que no es fácil de controlar. No quiero establecer comparaciones que, se sabe, son siempre odiosas, pero mientras el año pasado Kase.O no solo reventó Lanuza sino que dominó la escena a placer. Tote, uno de los raperos más sobresalientes de su generación, no consiguió hacerse con el espacio ni romper la barrera imaginaria que le separaba del público. Lástima.