Habrá que seguir esperando. La industria musical estadounidense, que con las principales nominaciones de la 60ª edición los Grammy puso la miel en los labios a quienes pensaron que por fin se ponía al día reconociendo las realidades musicales y culturales, volvió el domingo al entregar los premios a sus propios clásicos. Bruno Mars fue el absoluto triunfador con un pleno de seis premios por seis nominaciones que incluyen disco y grabación del año por 24K Magic y canción del año por That’s what I like, además del triplete en R&B de canción, actuación y disco.

Es difícil cuestionar el impecable trabajo del hawaiano y su impoluto y bailable homenaje al funk y el soul de antaño. Pero para observadores y estudiosos, y para muchos fans, el momento es otro, con el rap consolidado como dominante vehículo de expresión e innovación. Kendrick Lamar, pese a arrasar con cinco galardones en las subcategorías del género con su disco DAMN, sigue esperando el gordo tras tres ocasiones. Y

No se trata solo de la espera de Lamar, que demostró poderío, talento y voz política con la mejor actuación de la noche, que abrió la gala desde el Madison Square Garden. Una ceremonia que contó con la prescindible colaboración de U2 y la afilada del cómico Dave Chappelle (que ganó un Grammy por disco de comedia y dijo: «Lo único que asusta más que ver a un hombre negro honesto en América es ser un hombre negro honesto en América»).

Jay-Z, premiado la víspera como «icono de la industria», se marchó de vacío pese a las ocho nominaciones de 4.44. El Despacito de Luis Fonsi y Daddy Yankee, que por ventas y ubicuidad merece el título oficioso de canción del año, tampoco pudo con Mars. Y se fue también sin nada. El premio a mejor nuevo artista recayó en la canadiense Alessia Cara.

BRECHA DE GÉNERO

No solo con el caso de SZA (también se fue sin nada pese a ser la mujer más nominada con cinco candidaturas) esta edición dejó claras las carencias de la industria en temas de igualdad de género. Un informe preparado a tiempo por Stacy Smith, fundadora de un instituto sobre inclusión en la Universidad del Sur de California, revela que, de los 899 nominados en los últimos cinco años, el 90,7% son hombres, y el 9,3%, mujeres. Pero poco cambia.

Lorde, la joven neozelandesa que logró colocar Melodrama en el quinteto de nominados a mejor disco junto a Mars, Lamar, Jay-Z y Childish Gambino, no actuó porque no le dejaron hacerlo en solitario. Y no cesan las críticas por el premio en mejor interpretación de pop para el Shape of you de Ed Sheeran, especialmente cuando la ceremonia televisada alcanzó otro de sus momentos cumbre con la emocional e intensa interpretación de Praying que realizó acompañada por otras artistas y un coro que ha recuperado la canción protesta Kesha, la artista que se adelantó al momento #MeToo emprendiendo en el 2014 una guerra judicial contra el productor de Sony Dr. Luke, al que acusó de violación.

Más allá de Kesha y Lorde, que cosió a la espalda de su vestido frases de un ensayo feminista de Jenny Holzer, y de los artistas que respondieron a la iniciativa de colocarse una rosa blanca en señal de denuncia, fue Janelle Monaé quien hizo el discurso más reivindicativo. «El tiempo se ha acabado», dijo verbalizando la campaña Time’s Up, que ha creado un fondo para la representación legal en casos de acoso sexual y abuso de poder. «No solo sucede en Hollywood o en Washington, está también aquí en nuestra industria», dijo. No fue la única reivindicación. Después de que Chris Stapleton ganara el Grammy por mejor disco de country por From a room: Vol.1 los artistas del género Eric Church, Maren Morris y los hermanos Osborne interpretaron el Tears in heaven de Eric Clapton en homenaje a las víctimas del tiroteo en Las Vegas y el atentado en Manchester, en los que murieron 81 personas. La cubano-americana Camila Cabello defendió a los inmigrantes, en especial a los dreamers llegados de niños a EEUU, antes de dar paso a una actuación pregrabada de U2 junto a la Estatua de la Libertad.

También Donald Trump y sus políticas estuvieron presentes. Lamar, al recoger uno de sus premios, soltó un «Jay-Z presidente» que referenciaba el enfrentamiento en Twitter con el rapero en el que se enzarzó el ocupante de la Casa Blanca. Y en un vídeo cómico, James Corden, el presentador, hizo un casting para leer Fire and fury, el polémico libro en el que el presidente no sale bien parado. El vídeo contó con la intervención de Hillary Clinton y muchos rieron, pero desde la embajadora ante la ONU Nikki Haley hasta uno de los hijos de Trump se lanzaron a degüello contra la «politización» de la ceremonia. Si se fijaran más en los galardonados quizá no estarían tan molestos.