Nueva película de M. Night Shyamalan, nueva oleada de comentarios al estilo de «ha vuelto», «ha recuperado la forma», «ha corregido los errores del pasado», etcétera. Sabemos que la memoria es caprichosa, pero, ¿no hubo cierto consenso hace solo dos años sobre La visita? ¿No convinimos en que esa ya era buena?

Lo peor de todo es que, salvando quizá The last Airbender (en la que Shyamalan cambiaba la sugestión por la pompa de unos efectos digitales dudosos), nada en su filmografía posterior a El sexto sentido baja en realidad del notable. Hay pocos directores vivos, y esto se corrobora en Múltiple, con su seguridad a la hora de colocar la cámara, su confianza en un ritmo paciente, su sentido de la maravilla. También quedan pocos directores obstinados en contar algo que el espectador no haya visto, una nueva historia, en lugar de conformarse con explotar una marca preexistente.

Más palos

Recapitulemos. Se supone que el declive, el supuesto desgaste de su culto al giro final (cultivado por Rod Serling en los casi 100 episodios que escribió o adaptó para La dimensión desconocida sin que a él se le recrimine) empezó seriamente en el 2004 con El bosque. Así es: El bosque, emotiva parábola sobre la negación del dolor con sombras de Jacques Tourneur, recibió muchos más palos que aplausos de la crítica de EEUU. En Francia gustó más, no solo entre los críticos, también entre creadores incipientes: el guionista/director Fabrice Gobert creó Le Domaine, la comunidad cerrada de su serie Les revenants, en tributo al escenario de El bosque.

Shyamalan empezaba a estar tan tocado por la reacción de la crítica (estadounidense) a su cine que para La joven del agua (2006) creó la figura de un crítico de cine arrogante, encarnado por Bob Balaban, al que no esperaba el mejor de los destinos. Esta metahistoria de fantasía no era perfecta, pero tampoco lo buscaba. Era otras cosas: reflexiva, arriesgada… ¿Con cuántas películas de gran estudio recientes podemos usar estos adjetivos?

El arriba firmante prefiere, sea como sea, El incidente (2008), una de sus películas con más haters, entre ellos su protagonista Mark Wahlberg. Lo que para algunos es comedia involuntaria es para unos pocos, quizá poquísimos, otra película inolvidable de Shyamalan: una extraña (no por insoportable, sino por inquietante) distopía de ciencia ficción que reconduce la premisa del clásico The crazies, de George A. Romero, hacia terrenos de pesimismo demoledor. Su uso del fuera de campo es digno de tesina doctoral.

Y entonces llegó Airbender, y quienes siempre defendimos al cineasta de Pensilvania tuvimos que dar la razón (solo por un breve lapso de tiempo) a sus antifans. La promoción de After earth, tres años después, esquivaba menciones a su director, aunque Shyamalan se había currado una fábula sci-fi majestuosa.

Tras renovar las historias de fantasmas, superhéroes o invasión alienígena, Shyamalan insufló nueva vida al denostado concepto del found footage (o metraje encontrado) en La visita, inicio de una colaboración con el productor Jason Blum que continúa en Múltiple. El director sigue en forma y sigue alerta: de ahí que se haya traído al director de fotografía de It follows y la heroína de La bruja. Tenemos Shyamalan para largo.