Como Caballero, desciende de bodegueros jerezanos, mientras que los Bonald, franceses y aristócratas, tuvieron su ringorrango en otras épocas, aunque en esta hayan cultivado un liberalismo político más puesto al día. José Manuel Caballero Bonald, uno de los grandes poetas (y narradores) de los 50, premio Cervantes, asume su herencia con un irónico determinismo en el que lo elegante no quita lo indignado. Sí, los indignados del 15-M se identificaron en los versos agrios de uno de sus últimos poemarios, Manual de infractores. Y es que puede tener aspecto de caballero (en minúscula) de la mano en el pecho o de Marqués de Bradomín y que sus piernas ya no le respondan como antes, pero su cabeza está agilísima, con una fuerza juvenil que no ha acallado ese pequeño y malicioso demonio interior que le permite contemplar a sus semejantes sin los tapujos de las convenciones sociales.

ADORNO SIN MASAJE / José Manuel Caballero Bonald, Pepe Caballero, cumplió en noviembre 90 años, pero eso no parece haberle atemperado la pluma. Implacable era de joven y aún lo sigue siendo. La prueba es que acompañando esa celebración ha aparecido Examen de ingenios (Seix Barral), casi un centenar de retratos donde pasa revista a un gran puñado de escritores y artistas. Buena parte no están ya para responderle u ofenderse, porque ha prescindido de autores de generaciones posteriores a la suya y los que están vivos se cuentan con los dedos.

Pero no todo en el libro es dar cera a sus contemporáneos, Caballero es un hábil crítico y guarda también mucho cariño hacia autores como Octavio Paz, Francisco Brines y José Agustín Goytisolo -«al que más quise pero no al que más valoré»-, por poner solo tres ejemplos. También intenta ser equitativo: aunque el retrato de Cela, de quien fue secretario en la revista Papeles de Son Armadans, sea demoledor no niega al nobel su disposición a las «convivencias bondadosas». Pero no teme a las enemistades. «A estas alturas de mi biografía todo eso me trae sin cuidado. O sea, que escribo lo que pienso y punto», asegura desde su domicilio madrileño.

Afirma el autor que la mayor dificultad a la hora de escribir estas semblanzas la planteaban aquellas personas que le merecen el mayor de los respetos, pero sus obras le interesan más bien poco. «Es difícil equilibrar esos juicios». De ahí que asegure haber eliminado algunos de esos retratos por razones selectivas. «A veces el interés por el personaje se me fue apagando y eso influyó también en que el texto no acabara de gustarme. De modo que lo suprimí», dice.

«INJUSTICIA INVOLUNTARIA» / Se detecta que ha sido más duro con los autores que más ha tratado. Aquí viene al pelo una irónica frase de Eugene O’Neill -«No es necesario conocer a la oca para degustar su paté»-, en referencia a la posible decepción que puede producir el conocimiento personal de un escritor admirado por su obra. Si Caballero no hubiera tratado a Borges, Neruda, Pla o Cela, habría tenido mejor consideración de ellos. «Persona y obra no tienen por qué estar relacionadas. Es más. Es mucho más recomendable no conocer al autor». En el caso de Pla, se confiesa arbitrario. «El Pla que yo conocí parecía más un payés maleducado y eso afectó sin duda a mis juicios generales. Aún me cuesta trabajo olvidarme de las groserías de Pla cuando lo leo… Eso se llama injusticia involuntaria».

Así es Caballero Bonald. Asume la mordacidad como una forma de llegar a su verdad, cosas de alcanzar una edad casi bíblica que, sobre todas las cosas, le sorprende: «Cumplir 90 años me produce una mezcla de incredulidad y desconcierto. Y una pregunta que de tanto repetirse es ya un lugar común: ¿cómo es posible que tenga ya tanto pasado por delante?». En sus últimas entrevistas, el poeta aseguraba que ya no iba a escribir más, pero por suerte siempre se le cruzaba una idea aprovechable (como es el caso) y volvía a la carga. «Ahora ya no, con mi edad no puedo plantearme ningún proyecto literario. No tengo ni tiempo ni ganas». Veremos.