¿Qué decir de Andy Warhol que no se haya dicho ya? Figura icónica y mítica, amén de uno de los artistas más populares si no el más popular, del siglo XX. «Todo el mundo conoce a Warhol. A todo el mundo le gusta Warhol. Y todo el mundo querría tener un Warhol», perfecto resumen, a juicio de Elisa Durán, directora adjunta de la Fundació La Caixa, de un creador que afirmaba querer «ser una máquina» y que por eso pintaba como pintaba; y de un creador que elevó a la categoría de arte los objetos de consumo y la obra serigrafiada.

Ahí está la archiconocida serie de latas de sopa Campbell’s. La misma que puede verse en CaixaForum de Barcelona hasta el 31 de diciembre, y la misma que cualquier joven de cualquier parte del mundo puede lucir en una camiseta sin saber qué es. Y esa es una de las grandezas de la obra de Warhol: su efectividad.

Pero que quede claro, las latas que cuelgan de las paredes de la antigua fábrica Casaramona son originales; las que decoran camisetas, no. Un detalle, el de la originalidad (que existe aunque no haya unicidad), en el que insisten desde CaixaForum, pues las 352 piezas que reúne la gran retrospectiva que el centro dedica al genio de Pittsburgh lo son todas. «Aunque trabajaba con ayuda de otros y con procesos mecánicos, Warhol realizaba las obras con sus manos. Y todas las que hay aquí son de Warhol, hechas por él. Es obra real», palabra de Patrick Moore, director del Museo Andy Warhol de Pittsburgh.

Warhol. El arte mecánico, que así se llama la muestra, reúne todas las obras icónicas del artista. Todas. La ya citada sopa Campbell’s, la botella de Coca-Cola, la caja Brillo y los retratos de Marilyn Monroe, Liz Taylor,

Jacqueline Kennedy y Mao. También sus famosas portadas de discos: desde Sticky fingers de los Rolling Stones, con una entrepierna masculina con cremallera que se abre incluida, hasta The Velvet Underground and Nico, ilustrada con un plátano que invita a ser pelado. Además del símbolo del dólar, la silla eléctrica y sus pinturas realizadas con orín. Lo dicho, todo. Y más. La muestra también recoge piezas poco conocidas, como una tela que diseñó, en 1955, para confeccionar faldas y de la que solo se conservan dos retales, y una Marilyn casi mística: Gold Marilyn.

ÁNGELES Y RELIGIÓN / Esta última «da cuenta de la espiritualidad que Warhol mantuvo toda la vida», explica José Lebrero, comisario de la exposición y director del Museo Picasso Málaga, coproductor de la muestra. No en vano el artista provenía de una familia del este de Europa y arrastraba todo el bagaje de la Iglesia Ortodoxa. Cuentan Lebrero y Moore, que al creador le gustaba ir a una iglesia de Pittsburgh llena de iconos bizantinos, y que de pequeño, enfermo, empezó a pintar ángeles e iconografía religiosa. El retrato Gold Marilyn se asemeja a un icono bizantino y es la unión de su espiritualidad con los nuevos dioses: los famosos y estrellas de cine. Y los ángeles aparecen en algunos dibujos del primer apartado de la muestra, el que exhibe a Warhol antes de Warhol.

Más entrado el recorrido, hay tres paradas obligadas. La primera da mucho juego, pues la obra de arte permite ser tocada. Silver clouds reúne un conjunto de nubes plateadas realizadas con material de la NASA que vuelan por el espacio y permiten la interactuación. Menos lúdicas son la instalación Exploding plastic inevitable, una explosión de sonido y movimiento; y los Screen tests, las pruebas de cámara a las que Warhol sometía a los que le visitaban en la Factory, y que consistían en filmar al personaje durante cuatro minutos sin que se moviera ni hablase. Hizo más de 400, en la exposición lucen seis, entre ellas la que realizó a Salvador Dalí.

UNA GRAN INFLUENCIA / El resto es un relato cronológico de su trayectoria, desde que empezó como decorador de escaparates hasta convertirse en uno de los mayores símbolos de la cultura popular del siglo XX, con espacio para todo: para el publicista, el dibujante, el pintor, el escultor, el cartelista, el productor de televisión, el cineasta... Para «el hombre que junto a otros artistas, como Robert Rauschenberg y Jasper Johns, cambió el arte en el Nueva York de los 50; desde entonces nada ha vuelto a ser lo mismo», concluye el comisario.