En Canadá, en el aislado monasterio de clausura de Saint Gilbert-Entre les Loups, 24 monjes virtuosos del canto gregoriano han grabado un disco que se ha convertido en un éxito. Uno aparece asesinado. A este escenario envía Louise Penny (Toronto, 1958) a su inspector jefe de la Sûreté de Québec, Armand Gamache, protagonista de 13 novelas ya (en España se han publicado cinco, entre ellas Enterrad a los muertos), en su última aventura, Un bello misterio (Salamandra Black).

A excepción del muerto, lo que ocurre en esta ficticia abadía es el puro reflejo del monasterio de Silos (Burgos) de los 90, cuyos clérigos editaron un disco de canto gregoriano que fue un fenómeno mundial que sacudió la paz monacal. «Recuerdo algo pero en realidad me inspiré en los de Saint-Benoît-du-Lac, cerca de donde vivo, que también grabaron un CD. Es curioso que los de Silos también sufrieran el mismo debate interno que provoca el cisma en la novela. Es la lucha entre los que creen que deben seguir aislados, protegiendo así la conexión con ese poder divino que ellos sienten con el canto gregoriano, y los que creen que la forma de protegerlo es abrirse al mundo y compartir su don con los demás. Yo no sé de qué lado estaría».

A Penny le interesa más la psicología humana que el crimen en sí. Por ello indaga en las motivaciones de estos gilbertinos. «Los monjes son humanos, también pueden caer en la arrogancia y la avaricia». Para la autora, «el germen del mal no es el dinero, sino el miedo. A no tener suficiente dinero, comida, poder, seguridad, amor, a perder lo que se tiene… Es el miedo lo que desencadena el enfado, el odio… y te lleva a coger un cuchillo o a disparar».

ABUSOS EN LA IGLESIA

No evita Penny señalar los abusos a niños por parte de religiosos que se extienden por todo el mundo. «En una investigación policial, Gamache debe tenerlo en cuenta. Es imposible escribir sobre una comunidad de hombres obviando lo que sale en las noticias, aunque a los benedictinos con los que hablé no les gustó que lo sacara. Lo que han hecho esos hombres es horrible, pero también lo es que la Iglesia siga guardando el secreto y protegiendo a los culpables». Tampoco gustó a los monjes que hablara «del amor físico y emocional entre hombres».

Para los religiosos de Un bello misterio el canto gregoriano es como una droga que los lleva al éxtasis. Ella misma, que aclara que no es religiosa, lo experimentó en Saint-Benoît-du- Lac, donde los benedictinos la invitaron a ir con su marido. «Nos dejaron asistir al último servicio, que no es público. Era de noche y no había luz. Los monjes iban entrando uno a uno, cada uno portando una vela y cantando. Todavía se me pone la piel de gallina porque fue un momento de paz absoluta. Y entendí por qué los monjes, cuando cantan, sienten esa conexión con ese poder superior».

Algo que la escritora liga, citando el libro de Daniel Levitin El cerebro musical, a la neurociencia. «Un experimento demostró que cuando escuchas música o tomas una droga se produce el mismo efecto eufórico porque se estimulan las ondas alfa del cerebro».

A todo ello tiene acceso su autocrítico policía. «Gamache tiene algo del Atticus Finch de Matar a un ruiseñor -cuenta Penny-. Es un hombre decente en un entorno que lo pone a prueba, que duda sobre qué es lo correcto y sabe que a veces la ley se equivoca y lucha contra ello». Para él se inspiró, confiesa, en su marido, fallecido en el 2016. «Era jefe de hematología del Hospital Infantil de Montreal. Estaba rodeado de niños que morían y debía tratar con los padres, pero era un tipo feliz porque entendía que la vida es un regalo».