Describí y describo al italiano Vinicio Capossela como simbólico, alegórico, cabaretero, operístico, circense y patafísico. Artista tan singular como atractivo, Capossela se sitúa en un amplio territorio sonoro que transita, con vocación contemporánea, desde las composiciones populares de Renato Carosone y Tony Dallara al blues tabernario de Tom Waits, pasando por las vibraciones del rebetiko griego, la mirada global de su compatriota Fabrizio de André, las atmósferas de banda sonora, las canciones del bardo ruso Vladimir Vysotskij y algunos folclores latinoamericanos. Y así y todo, puede que el retrato sonoro de este músico de cabeza viajera y sombreros a veces imposibles quede incompleto.

Arriesgándonos a una taxonomía que resuma su quehacer musical podemos decir que Capossela es un reformulador del folclore, entendiendo este como un work in progress; es decir, una tradición en movimiento que se va construyendo día a día. Todo lo contrario a esa concepción de las raíces como legado inamovible, pues a fin de cuentas lo que define el alma de los pueblos no es su patrimonio sino el uso que de él hace.

El viernes, Vinicio, que actuó por primera vez en Zaragoza durante las pasadas fiestas del Pilar, abrió en el Centro Cívico La Almozara la edición de primavera de ese ciclo de conciertos, imprescindible y agitador, llamado acertada e irónicamente Bombo y Platillo. Ahí reunió a algo más de un centenar de seguidores entusiastas que lo vitorearon como a la estrella más refulgente del Olimpo del rock. Cantó Vinicio en formato acústico, una elección ajustada al un local que ofrece no pocas deficiencias de sonido. Cantó, bien acompañado por unos músicos solventísimos, intercambiando (él) guitarra y piano.

Armó el repertorio con piezas de su álbum (doble) más reciente, Canzoni della cupa, atreviéndose en alguna de ellas (La Padrona mia) a intercalar estrofas en castellano, y canciones más antiguas como Abbandonato (una versión de Los ejes de mi carreta, de Atahualpa Yupanqui), Con una rosa, Pena del alma, Ultimo amore y Che coss’è l’amor, entre otras. En los bises se dejó llevar por su vena más verbenera, pero para entonces ya había facturado un concierto notable. De todos los conciertos que he visto de Capossela, el del viernes fue, globalmente hablando, el más irregular, pero tuvo pasajes tan gozosos que el fragmento supero al conjunto.